La profunda crisis sistémica que vivimos, cada vez más severa por su carácter estructural, requiere que todos, adultos y jóvenes por igual, pasemos de agentes pasivos e indiferentes ante el bien colectivo a un nivel cualitativamente superior: al involucramiento en temáticas que nos afectan en nuestras vidas y familias.
A nivel comunal, residamos en colonias o barrios, temáticas tales como seguridad de las personas y sus bienes, limpieza y ornato, juntas de agua, espacios recreativos para la infancia, conservación de áreas verdes, asistencia puntual de los maestros a los centros educativos, mantenimiento y reparación de vías de acceso, solicitud de sesiones municipales de cabildo abierto, nuestra abstención o participación marca la diferencia entre la búsqueda consensuada de soluciones o el creciente y progresivo deterioro en la calidad de nuestras vidas.
Igualmente, a nivel nacional, poseemos el derecho y deber de colaborar en defender y consolidar el bien común, exigiendo el periódico rendimiento de cuentas a las autoridades que hemos electo, en asuntos que nos conciernen, como el manejo de presupuestos y las prioridades incluidas o excluidas en ellos, la inversión social en rubros esenciales como salud, educación, empleo, la seguridad alimentaria, el combate a la corrupción e impunidad, la evaluación periódica de funcionarios públicos de alto nivel, la deforestación y contaminación ambiental y tantos otros que tienen incidencia directa en nuestra existencia.
Recordemos que si deseamos convivir en un sistema democrático participativo, ya no meramente representativo, la inacción conduce a la atrofia, deterioro y eventual colapso de la coexistencia armoniosa y pacífica -cada vez más precaria en razón de la violencia, inseguridad, ausencia de oportunidades imperantes -, lo que explica el deseo de cada vez más compatriotas, de distintos niveles socioeconómicos y educativos, al abandono de su país para intentar buscar una mejora en su presente y futuro en otras latitudes, con la consiguiente hemorragia de nuestro más preciado recurso: el humano.
Esta dolorosa realidad contiene múltiples consecuencias negativas para esta y futuras generaciones; entre ellas, la pérdida del sentimiento patriótico de identidad nacional, la dependencia material y mental en el envío de remesas de nuestros parientes en el exterior -modelo cada vez más insostenible-, agrandando la brecha entre quienes las reciben y quienes no, escasez de mano de obra calificada que dejó atrás su patria para intentar devengar ingresos adecuados en el extranjero.
Entonces, de nosotros depende el rumbo y dirección del hogar común: Honduras, o somos meros espectadores de su creciente deterioro o, por el contrario, tratamos de revertirlo cuando aún hay algún tiempo disponible -cada vez más reducido-. Se trata de un compromiso con esta y las siguientes generaciones del cual no podemos ni debemos ser ciegos, sordos, mudos. Nadie, solamente nosotros, seremos los responsables.