Hoy, en medio de una crisis sanitaria sin precedentes y con unas repercusiones socioeconómicas todavía no terminadas de dimensionar, celebramos el Día del Niño; día que, sobre todo nuestros estudiantes del nivel primario, esperan casi tanto como la Navidad o el día de su cumpleaños. Porque, en el marco de las fiestas de independencia, es el día en el que se acostumbra festejar con piñatas, dulces y golosinas, como en ninguna otra fecha del calendario escolar, a niños y niñas.
Y es una verdadera lástima que en esta ocasión nuestros infantes se vayan a ver privados de esta fiesta que, por lo menos hoy, hace olvidar a miles de hondureñitos las dificultades que ellos y sus padres deben sortear no solo para poder mandarlos a la escuela o para proveerlos de útiles y material escolar, sino obtener una alimentación adecuada que les permita cursar con éxito la educación básica.
Debido a los problemas generados por la pandemia, muchos de nuestros niños han visto interrumpido su proceso de aprendizaje. Con las escuelas cerradas y el limitado acceso a la teledocencia, miles de ellos no podrán aprobar su curso o lo aprobarán luego de haber adquirido unos conocimientos muy elementales que, prácticamente, equivalen a una promoción automática. Algunos de ellos, además, han debido soportar el sol o la lluvia mientras rondaban, en compañía de sus padres, las cercanías de supermercados y otros centros de abasto, o se apostaban en calles y bulevares a pedir ayuda, con la esperanza de que alguien les diera algo de dinero para poder comprar comida.
Quiera Dios que ninguno de nuestros niños vuelva a pasar otro Día del Niño como este y que a sus rostros regrese la ilusión y la alegría que provoca en ellos tan esperada celebración. Porque su inocencia, su candor, merece ser celebrada.