26/04/2024
09:31 AM

Yo discrepo

Elisa M. Pineda

Hace muchos años, quizás más de los que quisiera, en clases de posgrado me tocó aprender una gran lección que se ha repetido una y otra vez a lo largo de mi vida, como si se tratara de una asignatura pendiente o quizás porque algunos aprendizajes no se acaban nunca.

Allí, un joven que era mi compañero de clase, tenía por costumbre hacer preguntas complejas a los maestros, unas más que otras, y cada cierto tiempo aderezaba sus cuestionamientos con un “yo discrepo”. En ocasiones esa discrepancia crónica me provocaba algo de fastidio y más de una vez pensaba que era algo insolente.

Con el tiempo, comprendí que quizás su estilo era uno muy particular de buscar contrastes y ver las cosas desde distintas perspectivas.

A pesar de su insistencia, nadie objetaba su derecho a discrepar, porque después de todo el respeto y la tolerancia a la otredad es precisamente lo que nos permite madurar, como grupos, como organizaciones y como sociedad.

La pluralidad de pensamiento, la capacidad de conocer otros puntos de vista - aunque no sean totalmente compartidos y aceptados - nos enriquece como individuos y contribuye a fortalecer la democracia. El derecho a discrepar, a no estar de acuerdo con todo, es valioso en cuanto nos presenta la posibilidad de mejorar y de incluir.

Lamentablemente, a pesar de nuestra historia reciente o quizás precisamente por ella, parece que aprendemos poco y nos obstinamos en pretender crear un pensamiento homogéneo, a como dé lugar. En el día a día de la vida nacional surgen y seguirán surgiendo múltiples temas que sean fuente de controversia.

Mientras los intercambios de ideas distintas nos lleven a construir un mejor destino, el debate es bienvenido.

Lo que no podemos permitir como sociedad es que las posturas de pensamiento inamovibles nos lleven a no encontrar visiones mínimamente compartidas.

Nada bueno puede resultar de amplificar nuestras diferencias y hacerlas insondables.

Debemos aprender que es válido objetar algunas decisiones, aunque provengan de personalidades con las que simpaticemos, porque todas las personas nos equivocamos y no por ello perdemos valor. Cuando una sociedad se convierte en caja de resonancia que solamente hace eco, que no es capaz de asumir la libertad de pensamiento, va camino a fracasar.

En Honduras, es preciso que dejemos a un lado la creencia de que todo aquel que objeta decisiones de gobierno actual está a favor de lo opuesto.

Es tiempo de asumir con madurez que la crítica no necesariamente responde a una sobrevaloración del pasado, sino a un profundo deseo de crear en el presente las condiciones para un mejor futuro.

Uno puede utilizar el pasado para justificarse, porque está lleno de ejemplos negativos, o para ser diferente, porque merecemos algo mucho mejor de lo que teníamos.

Es necesario alcanzar esa madurez colectiva que nos permita evolucionar hacia las soluciones que deberán surgir paso a paso, por encima de cualquier asunto que lejos de resolver, desgasta.

Si las palabras construyen realidades, optemos por elegir aquellas que verdaderamente nos lleven hacia donde deseamos: un país que avanza por la senda del desarrollo sostenible. Discrepar no solamente es válido, también es indispensable.

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