11/11/2024
12:16 PM

Una España sin Suárez

Una España sin Suárez

Una fe involuntaria en la democracia futura fue lo que movió el accionar político de Adolfo Suárez, quien murió en días recientes después de haber envejecido sin aspavientos en una España cada vez más invertebrada. Los españoles lo han llorado como quien llora a un buen abuelo que dio todo por sus nietos sin esperar nada a cambio. Y aunque dicha analogía parezca desmedida, Adolfo Suárez fue primero un padre sobre protector que arriesgó el tipo para producir, contra viento y marea, los procesos democratizadores de la España moderna en un momento en que la inercia política jalaba hacia atrás y cuando las fuerzas conservadoras españolas se habían instalado cómodamente en una Franco dependencia que iba más allá de lo paternal. Y fue después el buen abuelo que sabía oír y comprender.

Nadie sabía en 1977 cómo se llenaría el espacio histórico y político que dejaría el caudillo al momento de partir. Ciertamente todos los españoles, incluyendo los españoles ácratas, estaban conscientes de que el gran jefe del franquismo no sería eterno y de que alguien debía aparecer en escena para darle continuidad a la vida política de España. Lo que nadie imaginó fue que un ex presentador de televisión, básicamente un “ancorman del entretenimiento televisivo” llamado Adolfo Suárez, sería el reemplazo perfecto. Tan perfecto que cuajó sin querer en las expectativas de una sociedad cuyas masas corrían de un lado para otro en busca de voceros y dirigentes. Tras cuatro décadas de dictadura y con la desaparición repentina del caudillo autoritario, los ciudadanos españoles sólo tenían ánimo para ver hacia atrás y lo que miraban era una gran vía que se perdía entre el polvo de la guerra y la neblina del rencor. Pero Adolfo Suárez, fresco, novedoso, atractivo, contagioso, comenzó a convencer a los españoles de que había un futuro pero que se trataba, eso sí, de futuro difícil. Suárez, nieto de Franco e hijo de las nuevas realidades políticas de Europa supo interpretar y aprovechar las reservas morales de la monarquía y se dejó retar por la política en un momento en que todo el mundo la evadía. Con la bendición del rey y a la buena de Dios –y sin demeritar desde luego la asesoría legal de Torcuato Fernández Miranda– se hizo presidente de los españoles y cuando todo el mundo creía que aquello era un juego de marionetas para reacomodar las viejas costumbres de la dictadura, Adolfo Suárez sorprendió a España y se transformó en el gran reformador de la época. ¿Por qué el domingo anterior los españoles lloraban en silencio la partida de Adolfo Suárez? ¿Por qué la noche del domingo miles de familias españolas se quedaron inmovilizadas en sus sofás cuando la TVE repasó los discursos en blanco y negro del hombre que sentó los cimientos de la democracia moderna en España? Simple, porque los abatimientos de hoy y las agobiantes situaciones de la España actual los tiene dopados, al grado mismo de olvidar que cuatro décadas atrás había un hombre que con absoluta sencillez se echó a los hombros toda la tarea de un país política y jurídicamente amorfo. Desde luego que Suárez no hizo la faena por sí solo, de hecho, involucró como nadie la participación de los contrarios políticos y fue el primero en creer que los radicales partidos comunistas podían ser parte de un esquema electoral. Sacrificando el destino de su propio partido de centro –la UCD– Suárez se enfrentó como nadie a los odios históricos intolerantes entre una derecha casi medieval y a los repudios casi enfermizos de una izquierda herida de muerte y al mismo tiempo fatigada. Suárez pudo reunir en una misma mesa de acuerdos a los reyes, a las células comunistas, a los oficiales ultra franquistas y a los jerarcas católicos ¿Qué pretendía? Una cosa, que los españoles comprendieran que había un tiempo nuevo y que las diferencias políticas así fueran radicalmente opuestas, debían dirimirse de forma civilizada en el antiguo juego de la democracia. Así sucedió y como hacen los sabios cuando alcanzan mayoría de edad, Suárez se retiró de la política para disfrutar su discreta vida de prócer olvidado. Tanto el PP como PSOE lloraron el domingo pasado, amargamente, su partida. Porque todos los españoles saben que la España de hoy es la España de Suárez y que siempre hay un futuro cuando las sociedades son capaces de identificar qué parte de república puede ser restaurada… Aun cuando los pesimistas aleguen que todo está resquebrajado e invertebrado.