“El destino guía a quien lo acepta, pero arrastra al que lo rechaza”: Séneca. El destino nace ante la necesidad de encontrar sentido, orden y propósito, pero sobre todo de un sentido de pertenencia; buscando justicia y consuelo ante la incertidumbre del diario vivir.
Es un camino que se ve moldeado por las decisiones que se toman en la vida cada día, el conocimiento y el libre albedrío generan virtudes como la sabiduría, justicia y templanza.
Este nuevo año nos da la oportunidad de afrontar todo lo aprendido del pasado y enfocarnos en el futuro, logrando así transformar las dudas en un maestro sabio que enseñe desde la experiencia de la vida. Estos son pilares que sustentan el propósito, el sentido y la dirección, lo que hace que la vida sea proactiva y no reactiva.
Estamos por cerrar un ciclo e iniciar un nuevo año, y lo más provechoso sería evidenciar una dirección clara, saber hacia dónde se quiere ir y tomar decisiones que puedan dar significado a la vida, aun en medio de cualquier adversidad.
Tener un objetivo claro será una herramienta para nunca rendirse, tomar acción, cultivar valores y alcanzar metas que deben estar siempre alineadas.
Forjar el destino no significa que todo deba ser perfecto, pero se debe ser el protagonista de su propia vida; y que al final del próximo año pueda responder este examen de vida: ¿adquirí mayor responsabilidad? ¿Tuve crecimiento personal? ¿Vivo en libertad? ¿Desarrollé resiliencia?
Bíblicamente, el destino es una mezcla de la soberanía de Dios y el libre albedrío humano. “Más bien, exponemos el misterio de la sabiduría de Dios, una sabiduría que ha estado escondida y que Dios había destinado para nuestra gloria desde la eternidad”, 1 Corintios 2:7 NVI, como está escrito: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”, 1 Corintios 2:9 (RVR60).
Es visible el tiempo de un nuevo destino.