Estamos comenzando un mes clave en la vida de Honduras. Estamos en los últimos días de campaña electoral y pronto tendremos elecciones generales.
El 28 de noviembre no será el final del camino, sino el inicio de uno nuevo que podría presentarse mucho más complejo de lo que pensamos.
Es preciso ser conscientes de que el desafío mayor será después, con la desconfianza que despierta un proceso que ha enfrentado una serie de situaciones que generan más dudas que certezas.
La aceptación de los resultados de las elecciones, cualesquiera que sean, será una prueba de fuego para nuestra tan débil democracia. Habrá que dejar atrás las palabras y las acciones duras para pasar a una posición más abierta y conciliadora, porque después de todo ningún país dividido es capaz de avanzar de forma contundente hacia el desarrollo.
El enorme reto vendrá después, cuando haya que dejar atrás la burla y la ofensa, para construir un país incluyente, respetuoso de la diversidad. Quizás ahora, como nunca antes, comprenderemos la enorme importancia que tiene contar con instituciones sólidas y con credibilidad, como la base de una sociedad justa y en paz.
Las próximas autoridades deberán trabajar por recuperar la confianza perdida hace tanto tiempo, es decir, enfocarse en el fortalecimiento de la cohesión social, que podría definirse como la integración de una sociedad y el deseo de sus miembros de seguir siendo parte de ella.
Al mismo tiempo que busquen la unidad nacional, deberán hacer frente a nuevos problemas emergentes para el mundo entero, como la anunciada crisis inflacionaria que podría tener un gran impacto en países como el nuestro, y que es parte de los efectos de la pandemia por covid-19 en la dinámica del comercio internacional.
El país que nos queda es uno altamente endeudado, con asuntos abiertos que provocan opiniones muy encontradas, como las zonas de empleo y desarrollo económico, zedes; además, con graves problemas en la generación de energía eléctrica, con enormes desafíos en educación y en salud.
Una Honduras sumida en la pobreza, que no logra pasar de las acciones asistencialistas, hacia aquellas que inciden con firmeza en el desarrollo sostenible.
Un país muy vulnerable frente al cambio climático, con relaciones complejas con sus vecinos, con una deteriorada imagen y con indicadores de corrupción verdaderamente alarmantes.
Recuperar la confianza de los ciudadanos, de las organizaciones y de las empresas no será tarea fácil. Va a requerir de mucho trabajo, pero sobre todo, de una gran apertura hacia el diálogo y la participación.
El nuevo gobierno deberá demostrar no solamente capacidad de gestión, sino un grado de madurez excepcional, que permita trabajar por el bien de toda una nación.
Quienes asuman los cargos de elección popular deberán tener claro que este no es el mismo país de antes, que el descontento y la desilusión se han vuelto parte de nosotros.
Por todo lo anterior, parece que se avecinan días en los que definiremos mucho más de lo que pensamos. Es preciso enfocarnos no solamente en lo inmediato, sino en el corto, mediano y largo plazo, lograr que las emociones no nos hagan perder la cordura.
Debemos construir el futuro tomando como base lo que tenemos, poco o mucho, pero no destruir. Que logremos encontrar el camino que nos permita avanzar juntos hacia un mejor destino, sin miedo, con esperanza.
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