15/01/2025
01:02 AM

Sobre la amistad

Roger Martínez

Hay dos escritos de filósofos clásicos que me entusiasman particularmente porque el tema que tratan en ellos me resulta entrañable. El primero es el capítulo VIII de la Ética nicomáquea, de Aristóteles, y el otro es Lelio o de la amistad, de Marco Tulio Cicerón. En el texto señalado, Aristóteles dice, en resumen, que para nada sirve atesorar riquezas o poseer muchos bienes si no hay amigos con quien compartirlos, y en el suyo, Cicerón señala que solo los “viri boni”, las personas virtuosas, saben ser amigas. Ambos destacan el eminente valor que posee la amistad para la existencia humana. Y yo estoy cada vez más convencido de que solo una persona psíquicamente desequilibrada puede pensar que el aislamiento egoísta, el rechazo a las relaciones interpersonales, puede reportarle verdadera felicidad. Es cierto que hay momentos en los que la soledad es necesaria, que se impone el silencio para dedicarse a la reflexión, pero, habitualmente, una mujer, un hombre sanos necesitan hablar con alguien, tener a quien abrirle el alma y contar con quien sintonizar mente y corazón.

Será porque desde niño busqué, y encontré, con quien compartir alegrías y preocupaciones, y porque, “gracias a la vida que me ha dado tanto”, con el correr de los años he tenido la suerte de conocer hombres y mujeres con los que hemos cultivado amistades sólidas que valoro tanto esa relación humana tan peculiar. Así, he tenido siempre a quien acudir cuando ha hecho falta tener una catarsis o cuando solamente he necesitado unas palmaditas en la espalda o un buen abrazo. Claro, esas relaciones han tenido caminos de ida y de retorno, ya que también he debido mantener los brazos abiertos cuando esos amigos, esas amigas, han necesitado mi escucha, mi compresión o mi calor.

Algo muy interesante de la amistad es que, una vez que se hace “clic” con alguien, se establece un vínculo que supera el tiempo o la distancia. Hay amigos que viven lejos o que hace tiempo no vemos cara a cara y que se perciben tan cercanos como si estuvieran físicamente al lado. Es curioso, también, cuando, aunque hayan pasado décadas y se tiene un reencuentro, la conversación continúa con la fluidez de la proximidad y más allá de los días transcurridos.

Claro, para que haya frutos debe haber raíces, y para que haya raíces hay que cultivar una relación sincera y desinteresada que supera tiempos y espacios.

Finalmente, lo misterioso de la amistad es que se produce de manera espontánea, no puede forzarse. Tal vez porque su naturaleza misma excluye la simulación y la artificialidad.