25/04/2024
10:14 AM

Soberanamente independientes

Roger Martínez

Tal vez el título de esta columna llame a la confusión, pero no voy a hablar del mes patrio ni de los hechos que se dieron alrededor de la Independencia de Centroamérica. Quiero, más bien, referirme a la necesidad de que las personas pongamos los medios para construir una voluntad que nos permita tomar decisiones racionales, desapasionadas, tendientes a la consecución de bienes objetivos para que nos convirtamos en rectores de nuestro propio destino y tengamos verdadera soberanía personal y no seamos esclavos de conductas que no nos hacen mejores personas y que también mortifican a las que alternan con nosotros dentro del hogar, en el lugar de trabajo y en las relaciones sociales.

Hay, por lo menos, dos maneras de comportarnos, de actuar, que limitan nuestra libertad personal y la someten a tiranías que en nada nos benefician. La primera es cuando nuestra conducta vive sometida a los estados de ánimo. Un día creemos habernos levantado con el pie derecho, sentimos que vamos a comernos el mundo, saludamos y sonreímos a cuantos nos encontramos, y lucimos como una especie de “pascua florida”, pero otros nos insertamos en la cotidianidad con cara de pocos amigos, andamos como encapotados, nos molesta que nos hablen y damos dentelladas por doquier. Cierto es que los vaivenes en el estado de ánimo son normales; que nadie tiene la capacidad de mantener una estabilidad mental como aspiraban los estoicos. Una indigestión, una mala noche, un problemita o un problemón pueden desencadenar, fácilmente, crisis afectivas notables que no podemos esconder. De la misma manera, una buena noticia, una buena comida, un rato de tertulia con los amigos, nos elevan el ánimo. Pero lo que no debe darse por sentado es que deba existir una circunstancia favorable para que estallemos en risa o en llanto; para que abracemos o golpeemos. Sin que actuemos como autómatas, debemos buscar un equilibrio que evite esos “picos” del carácter. Sobre todo, porque no somos islas y los demás acaban por padecer nuestra intemperancia, nuestro desgobierno emocional. Hace falta un continuo ejercicio virtuoso para cultivar esa “soberanía” de la conducta que nos emancipará de los estados de ánimo y nos facilitará la propia existencia y la de los que nos rodean. Parecida, pero no exactamente igual, es esa enfermedad del carácter que se llama sentimentalismo. Debemos auto entrenarnos para que la razón recupere el gobierno de nuestra conducta. No podemos dejar que los sentimientos jueguen con nosotros y debemos procurar deliberar intelectualmente y no solo “sentir” antes de tomar una decisión. Solo así podremos llegar a ser soberanamente independientes.