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Seis años después

  • 16 mayo 2023 /

El sábado recién pasado, mi único nieto, Josemaría, cumplió seis años. Recuerdo haber escrito, en su momento, la natural alegría que me produjo su nacimiento y cómo el milagro de la vida no dejaba de maravillarme. También recuerdo que tenía él poco más de seis meses cuando se dio el proceso electoral que, debido a sus resultados, generó una crisis que puso en precario la paz social y que, desafortunadamente, no ha terminado de superarse.

Cuando veo a mi nieto no puedo evitar pensar en la Honduras en la que le está tocando crecer, y viene a mi memoria el comentario de mi suegro cuando nació uno de mis hijos: “A saber en qué país y en qué mundo le va a tocar vivir”.

Yo, que he sido y procuro continuar siendo un optimista convencido, le señalé que había que tener esperanza y que todo iba a depender de la responsabilidad con la que trabajáramos los hondureños y de la actitud sinceramente patriótica que cada uno deberíamos mostrar.

Hoy, muy a mi pesar, no habría sabido qué contestarle. Estamos atravesando una encrucijada de la que no parecemos tener certeza cómo saldremos, porque los caminos para hacerlo en lugar de converger toman direcciones opuestas o contradictorias. Todos coincidimos, eso sí, en que necesitamos construir un país más justo, más equitativo, más solidario; uno en el que los más jóvenes, como mi nieto, puedan crecer, desarrollarse y, ley de vida, descansar en él; un país del que nadie huya, porque nadie tiene miedo y en el que se tengan las necesarias oportunidades para educarse, conservar la salud, alimentarse adecuadamente y tener acceso a las diversas manifestaciones que el mundo del arte y la cultura poseen.

La dificultad radica en que, para que lo anterior sea posible, se requiere el esfuerzo de todos los hondureños, no solo de unos pocos, no solo de un partido, no solo de los que conciben el futuro de la misma manera. Hace falta sumar las voluntades de los casi diez millones de compatriotas para que, con los aportes de cada uno, de la rica variedad de maneras de pensar y de concebir el futuro, se produzca una síntesis necesaria que conduzca al desarrollo. Y lo anterior solo es posible en un clima de paz, de armonía, de hermandad.

Los insultos, las descalificaciones; las siembras de odio, de sospechas, de deseos de desaparecer a los que piensan distinto, no hacen más que profundizar una brecha que no hace sino ampliarse cada día. Si Dios me vida, espero haber visto la luz al final del túnel antes que mi nieto cumpla otros seis años.