Más que sociedad polarizada, en la que dos posturas se enfrentan y buscan imponerse una a la otra, observamos una sociedad enferma, en la que el sectarismo y el rechazo a los otros, es indicación de la falta de conciencia, el desborde del individualismo y del infantilismo. El Gobierno actual, en su lista de quejas, además de la incomprensión de los secretos de la función pública, no se puede quejar de la oposición.
El Partido Nacional no sale de la conmoción que le ha provocado la pérdida de las elecciones generales y la captura del expresidente Hernández Alvarado. El Partido Liberal está arrinconado, convencido que su muerte es, políticamente, inevitable.
Los sectores independientes, que apoyaron la Alianza para derrotar a los nacionalistas, mantienen una angustiosa esperanza de que las cosas mejoren y tengamos una realidad política diferente. Es decir que la oposición no ha molestado al Gobierno. Pero esto, de repente, no ha sido bueno para la Alianza vuelta gobierno, porque sin el acicate de los adversarios, ellos se han tornado sus propios enemigos.
La revuelta de Jorge Cálix, que sigue viva entre los miembros de Libre, hiriendo a este partido en forma vertical, desde la capital hasta los municipios más pequeños del país, ha estimulado un acento sectario tumultuoso que no lo habíamos visto nunca antes.
Solo Manuel Bonilla, por medio de la revuelta armada, había vuelto varias veces al poder. Pero nunca antes, habíamos visto el retorno de un partido político más inseguro de lo que debía hacer como el actual. No hay unidad de conducción.
Cada quien, ejerce un espacio sectario, en el que los que están en los cargos abren la puerta a sus incondicionales. Círculos íntimos, grupos cerrados a cal y canto. Mientras que a las llamadas bases, como las nombran la más fuerte opositora que hemos oído en las redes sociales y que trasmite desde La Ceiba, reclaman que no les contestan los teléfonos; no les dan empleo; y, no los saludan siquiera, desde los lujosos carros en que se conducen.
Dentro de un encuadre bastante infantil, se dividen entre las bases, cuya legitimidad está basada en la actividad pasada en las calles, reclaman por los elevados sueldos, las “farsas” de los que se los rebajan, los cachurecos nombrados; y, a otros, los descalifican porque nunca los vieron, luchando contra la “dictadura”.
Al principio creímos que la Alianza llegaba al gobierno con una propuesta que impondría en los primeros cien días. Un shock, como recomiendan para una sociedad enferma como la hondureña. Pero no. Muestran más bien mucha turbación, porque lo único que tienen claro es el odio que les orienta hacia la destrucción de todo lo que ha hecho el gobierno anterior.
Desde las obras gubernamentales, financiadas con dinero público, hasta el Escudo Nacional. Sin entender que, una vez pasada la turbación, las bases y la oposición nacionalista e independiente, despertadas del conflicto emocional, responderán en forma dura en el Congreso Nacional y en los medios de comunicación tradicionales y alternativos para derrotarlos, dentro de menos de cuatro años.
Hasta ahora, fuera de esta fase destructiva, no conocemos propuestas para reactivar la economía, sin la cual no habrá dinero. Y el Gobierno que es el principal empleador, no podrá darles gusto a las bases. De nuevo volverán a las calles a protestar.
Ya hemos visto dos grupos disgustados que Zelaya apresuradamente introdujo a la Casa Presidencial para disimular sus enojos. Y otra en Tocoa. No pinta nada bueno. Deben rectificar. Libre, tiene que sobrevivir, porque cuando el Partido Liberal, muera cómodamente en la inconsciencia, Libre tendrá que enfrentar a los nacionalistas.