22/04/2024
12:46 AM

Se fue llorando

El mundo del deporte ha estado expectante ante la salida de Leonel Messi del Barça. Más allá de comprender esa noticia como transacción en el mercado de piernas del fútbol internacional, quiero verlo desde la perspectiva de un proceso de desarrollo humano en el contexto del deporte, la familia y la fe.

El sentido de pertenencia y las separaciones forman parte de la vida de los seres humanos.

Las profesoras Karen F. Osterman y Leyda Mercedes Brea, investigadoras en el campo de la educación, comentan que el sentido de pertenencia se vincula con el principio de membresía y afiliación, en cuanto esta determina un nivel de integración y de identificación, generando respuesta afectiva y un sentimiento común a los miembros de un grupo. De esta apreciación debo afirmar que, si el ejercicio de una disciplina deportiva y la vida en familia van juntos, ayuda a la integración familiar. Participar del deporte no solo como espectadores o aficionados a los videojuegos, o a las grandes ligas, sino como una oportunidad para desarrollar sentido de pertenencia que fomente la seguridad personal y colectiva, el compromiso por el bien común, la alegría y el sano esparcimiento. También debo señalar la penosa experiencia de comportamientos anárquicos en los estadios por grupos que han desarrollado un sentido de pertenencia, ahuyentando a las familias de participar de esos espacios.

Además, la profesora Brea apunta: El concepto de sentido de pertenencia sirve para destacar aspectos relacionados con los lazos afectivos, emociones, memoria y la identificación.

A partir de este pensamiento quiero referirme a la separación del grupo en el que se sentía parte Messi o cualquier otra persona que haya vivido una experiencia de ese tipo. La carga emotiva, incluido el llanto y la confusión o sentimientos encontrados, es señal del dolor que esa separación produce. En este sentido, en el ámbito de las creencias pasa algo similar. Cuando un cristiano experimenta el dolor de la separación causada por una falta grave cometida contra alguno de sus miembros es signo del sentido de identificación con los valores espirituales que cohesionan al grupo y de pertenencia al mismo. Se va llorando, cargando el dolor de la separación, pero se vuelve cantando cuando se logran superar las causas que produjeron la ruptura, para iniciar una nueva experiencia de integración e identificación con el grupo al que se siente parte. Muchos ejemplos podemos encontrar en la experiencia familiar y conyugal. Cuando se es consciente de estos procesos humanos que implican el sentido de pertenencia e identificación con el núcleo familiar se abre un camino hacia la reconciliación y una mayor integración en el seno de la familia.