No eran unas vacaciones prolongadas ni nada parecido, era simplemente un retiro voluntario para lamerme las heridas… esas heridas que nacen de bregar, a veces con pasión desmedida, contra las corrientes adversas que agotan el espíritu… le he dicho a todos mis amigos y conocidos –a lectores fieles e infieles– que decidí pasar una Navidad viendo tiritar las luciérnagas desde una ventanilla del desván. Es la forma poética de decir que estuve tres meses sin tener nada que hacer, me refiero a cosas relevantes…
La mera verdad es que para alguien que escribe, lee y habla infatigablemente como yo, la vida no tiene sentido sin imprentas, periódicos, debates y tertulias. Esos son los cuatro grupos alimenticios del pensador si es que uno merece tal calificación. Entre noviembre y hoy sucedieron bastantes cosas en la vida del país que habito, me refiero desde luego a los cambios políticos y al nuevo viraje de oportunidades que teóricamente se van a disparar. Eso es bueno porque los semblantes de la gente cambian y porque los compatriotas se atreven a sonreír cuando hablan de sus planes y sus nuevas esperanzas. Yo, desde luego, no estoy exento de esta nueva era que comienza. He visto cómo caen las hojas de los chopos y las acacias y he visto buenas señales en las verbenas y en los cañales. Cada vez que mis amigos sembradores incrementan sus cosechas de café, maíz o arroz me llaman entusiasmados para decirme que “Dios aprieta pero no mata”.
Al margen de ese turbio riachuelo de sangre que mana del corazón enfermo de los criminales, corre un río cristalino que irriga las cosechas de todos los habitantes que siguen creyendo en el poder de las siembras. Yo quiero pertenecer a ese grupo de hombres que desdeña los malos dineros y que cultiva las buenas alianzas. Por eso escribo. Porque entre los que leen y los que escriben, entre los que piensan y los que escuchan, se van formando surcos de buena vid. Regreso a la prensa porque no creo que mi humilde jardín de cerezos pueda crecer sin el rocío que brota de mis lectores. También regreso a la prensa porque en el lapso de tres meses se fueron muriendo, entre mis mejores amigos, las retamas de algunos sueños discretos que se nutren de mi llovizna… a veces cálida, a veces fría.
Vuelvo recargado, con más ganas, con más ideas, con más brío… pero ante todo, con ese deseo implacable por convertir mis escritos –los escritos– en nuevas oportunidades para ser cada día una persona mejor.
