Estas palabras traen a mi mente esa relación especial que existe entre el padre y el hijo. Topo Gigio, el famoso ratoncito de la televisión, lo cantaba así: “Yo quiero ser como mi papá. Me haré un bigote con la crema de rasurar. Su corbata y sus zapatos me pondré, sí, sí, y me iré como él a trabajar.
Como mi papá… qué lindo sería parecerme a mi papá”. Desde la perspectiva bíblica, esto no cambia. Jesús lo confirma al introducir el término “padre” para referirse a Dios. Esto se ve claramente en el pasaje bíblico que lleva por título “Jesús y la oración” (Mateo 6:5-15). Jesús dijo: “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos…” (v. 9).
También se ve claro a través de los versículos que hablan sobre la adopción divina: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3:1); “Pero aquellos que la aceptaron y creyeron en ella (la Palabra), llegaron a ser hijos de Dios” (Juan 1:12 TLA).
Sin embargo, en lo real, parece que seguimos viendo a Dios más como un policía o como un juez que como un padre abnegado en su función protectora y afectiva.
“Todo lo que es bueno y perfecto es un regalo que desciende a nosotros de parte de Dios nuestro Padre”, dice Santiago (v. 1:17 NTV).
Pero nosotros parece que lo invertimos con nuestras quejas: “¿Por qué Dios me hace esto?” ¡No nos dejemos engañar! Dios no es policía, juez, villano o enemigo: ¡es un Padre! ¡Y qué lindo sería que lo entendamos bien y que busquemos día con día parecernos a nuestro Papá!