10/09/2024
02:23 AM

Para que no perdamos la esperanza

Estamos cansados, para el caso, de ver en el Congreso de la República a gente que parece no sabe hacer otra cosa más que vivir del gobierno.

Roger Martínez

A pesar de todos los reveses que nos hemos llevado en temas de política vernácula, cada vez que se avecina un proceso electoral, renace en los hondureños una tímida esperanza de que esta vez las cosas sean distintas.

No importan las promesas incumplidas, los arreglos por debajo de la mesa, los dobles discursos, el habitual cinismo, la falta de respeto con que se nos ha tratado; tal vez porque somos más ingenuos, o más nobles, de lo que deberíamos, seguimos esperando que surjan, que aparezcan casi por arte de magia o como producto de un milagro largos años impetrado, hombres y mujeres que, de verdad, le tengan un mínimo de cariño a este país, y a los que en él vivimos, y se comporten con mediana decencia.


Estamos cansados, para el caso, de ver en el Congreso de la República a gente que parece no sabe hacer otra cosa más que vivir del gobierno. Hay ahí personas que han envejecido y que se han mantenido en sus curules quién sabe gracias a los votos o a las mañas de quién, pero que ya es tiempo que se vayan para sus casas. No es posible que, entre más de nueve millones de hondureños, no haya otros que sepan elaborar leyes; sobre todo leyes que beneficien a las mayorías y que respeten el sentir del pueblo.

Tal vez, a los candidatos a la “augusta cámara”, antes de que se imprima su foto en la papeleta, habría, además de aplicarles el polígrafo, habría que examinar su capacidad auditiva. Porque desde hace años nos venimos desgañitando desde los foros de opinión, desde los medios, desde las calles, y parecen padecer una sordera selectiva que debería impedirles convertirse en representantes del pueblo.


Además, da pena y tristeza ver cómo, a falta de méritos, a algunos lo que les obra es valor, porque carecen de las condiciones de idoneidad para aspirar a un cargo de elección popular. No tienen ni la preparación intelectual, ni la fama de probidad, para liderar a una colectividad. Y, si nos asomáramos a la vida privada de algunos de ellos, nos sonrojaríamos…

Y no podemos continuar pensando que la integridad, que los valores, que la conducta ética es una retahíla de palabras bonitas para engañar a los incautos. No puede ser buen gobernante, para poner algunos ejemplos, un hombre que maltrata a su mujer o a sus hijos, o uno que desconoce el sentido de conceptos como la fidelidad o la lealtad, o aquel que no ha hecho más que aprovecharse de sus contactos para hacer negocios poco diáfanos.


Quiera Dios, que, esta vez, las cosas sean distintas; que se respete la voluntad reflejada en los votos; para que recuperemos la esperanza de vivir como hermanos, la esperanza de acabar con el odio; la esperanza de que Honduras tenga los gobernantes que se merece…