Un cuento extraído de mi libro de lectura escolar refiere que hace tiempo vivían en un pequeño pueblo, un matrimonio, su hijo de diez años y el abuelo paterno, quien, por su edad y haber trabajado toda su vida, tenía ya poca fuerza en sus manos temblorosas. Un día, cuando estaban comiendo, al viejo se le cayó el plato, el cual se hizo añicos en el piso. Por esa “torpeza” el jefe de la casa le reprendió fuertemente gritándole: “¡Tenemos pocos platos y menos aún, dinero para comprarlos!”.
Al día siguiente, el niño vio a su padre con un trozo de madera haciendo una escudilla y le preguntó: ¿para qué haces eso?. Para que coma el abuelo en ella, y no rompa más platos, respondió el padre. Ante esto el pequeño reaccionó: pero la madera cambiará el sabor de la comida, y no le gustará. El padre argumentó que “el abuelo ya tiene el sabor atrofiado, y no lo notará, no podemos consentir que siga rompiendo platos”.
Días después cortaron un árbol y el niño le pidió a su padre un pequeño trozo del tronco. El padre preguntó: “¿Piensas hacerte un juguete?”. El niño entonces manifestó: “No, es para hacer una escudilla para que comas cuando seas viejo y no me rompas los platos”.
Sí, la anterior es una historia ficticia, pero existen muchas historias reales que también reflejan el desprecio que familiares, parte de la sociedad y algunas autoridades, infieren a las personas mayores que ya rindieron su vida útil y por tanto las consideran un estorbo.
No toman en cuenta que esos seres otoñales tuvieron un papel protagónico en la formación de un hogar y la preparación y manutención de sus hijos.
Hemos llegado a tiempos tan ingratos que prominentes personalidades como Taro Aso, exministro de Finanzas de Japón, han pedido a los viejecitos darse prisa en morir para aliviar los gastos del Estado en su atención médica. También Cristina Lagarde siendo presidenta del Banco Central Europeo hizo circular por Facebook la frase criminal: “Los ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía global”.
El desprecio por los ancianos se puso de manifiesto también en el fragor de la pandemia del covid cuando en los hospitales públicos, incluyendo de Honduras, se daba preferencia a los pacientes jóvenes para ocupar las escasas camas de cuidados intensivos, por considerar que los viejecitos tenían menos posibilidades de sobrevivir. Pero entre toda esa indiferencia irracional hacia las personas en etapa senil, destacan historias ejemplares como la de un muchacho que al casarse fue a rescatar al abuelo a quien, siendo él un niño, su padre había internado en un asilo, lejos de la familia. El nieto lo sacó de allí y lo llevó a vivir a la comodidad de su casa.