Solamente durante el período reformista de los gobiernos militares dirigidos por Oswaldo López Arellano se elaboró un Plan Nacional de Desarrollo de largo alcance, plan que además fue echado al olvido cuando, a causa del “bananagate”, el militar fue destituido por Juan Alberto Melgar Castro mediante un golpe militar. Melgar Castro hizo de su actividad fundamental buscar la legitimación electoral para continuar a la cabeza del Gobierno, aspiración que no pudo realizar porque también fue derrocado por otro golpe militar encabezado por Policarpo Paz García.
Por la ausencia de esos planes nacionales de desarrollo a largo plazo, en los que se fijen los objetivos fundamentales a lograr en un largo período de unos 20 años; por ejemplo, Honduras ha ido a la deriva porque cada Gobierno electo que sustituye al anterior decide su propia ruta de cuatro años, ruta que generalmente es incoherente con las grandes aspiraciones nacionales.
Honduras está situada en la cola del desarrollo en comparación con los demás países del istmo centroamericano. Hemos escuchado a muchos pregonar que no quieren que seamos como Nicaragua, sin embargo, el hermano país del sur ha transitado por una ruta de importante desarrollo, afirmación mía que se corrobora si se ven las importantes estructuras hospitalarias construidas en el país que aseguran una sólida atención en el área de la salud para los nicas. Lo mismo ocurre con la red de carreteras modernizadas, más las que se han abierto con nuevas rutas; entre ellas, la que conduce a la región misquita en el Caribe y la carretera del litoral Pacífico que se construye actualmente, sin contar con el proyecto del canal, con la construcción de un megapuerto en el Caribe, el respaldo a la educación y la seguridad ciudadana que se goza en ese país.
Por las circunstancias de no hacer planes para el futuro mediato es que la ruta que sigue nuestro país en la busca de su desarrollo es incierta y los resultados están a la vista: no hemos tenido la capacidad de superar los grandes problemas nacionales y la lacra de la miseria, la pobreza, la inadecuada atención en salud, la inseguridad y la baja escolaridad. Estos son asuntos que siguen caracterizándonos como un país que irá a la deriva si no nos proponemos metas a largo plazo.
Urge un Plan Nacional de Desarrollo que fije los objetivos estratégicos de largo alcance para el avance de Honduras, objetivos que deben ser realistas, basados en las reales posibilidades nuestras, financieras y de recursos. Es la única manera de que el pueblo hondureño se esfuerce, junto con sus Gobiernos, para enderezar al país en la ruta que nos conduzca a superar las lacras de nuestra sociedad, de tal manera que todos y cada uno de los hondureños se sientan felices y satisfechos por disfrutar el pleno de sus derechos constitucionales en un país en donde la vida se sustente en la igualdad de oportunidades y la posibilidad de llevar una vida digna con base en los grandes objetivos nacionales que nos fijaron los fundadores de la patria.
Claro, cuando hablo de programar nuestro futuro, nuestro desarrollo, también me refiero a que debemos elegir un camino propio, sin interferencias, pero sí con el concurso de la colaboración que pudieran prestarnos países amigos, sin que tales aportes signifiquen sujeción e intervención en nuestros asuntos propios, en nuestra personalidad como país soberano.
Por eso, no deja de ser entristecedor que un embajador llame a los precandidatos presidenciales para que rindan cuenta de lo que van o no van a hacer por Honduras, sometiéndose de esa manera a los dictados de otro país. Parece que todos han acudido mansamente en busca del visto bueno para gobernar “Guaymurolandia”, sin importar cuáles son las aspiraciones reales, auténticas, soñadas por Morazán, que alientan a los hondureños. De igual manera hay quienes en vez de luchar por una justicia verdaderamente justa en nuestro país pregonan para que otro Estado la haga por nosotros.
Un Plan Nacional de Desarrollo blindado, que solo pudiera ser aprobado y revisado mediante la aprobación del pueblo mediante plebiscito, sería el camino expedito al progreso y la verdadera independencia nacional. Seguir a la deriva nos vuelve más débiles y al pueblo hondureño solo le quedará la incertidumbre de hacia dónde nos conducimos, con la amarga experiencia que hemos tenido a lo largo de nuestra vida independiente, que se ha caracterizado por la inestabilidad, las guerras intestinas en el comienzo, las dictaduras arcaizantes y los Gobiernos que durante el período electoral prometen; pero después hacen caso omiso de sus promesas y siguen sometidos, no a las aspiraciones nacionales, sino a las conveniencias de otros Gobiernos, a los que les interesa un bledo nuestra superación.
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