Este 27 de octubre se celebra el Día del Médico en Honduras, fecha del año de 1962 cuando se constituyó el Colegio Médico de Honduras. Desde 1985 formo parte de ese gremio.
Ocasionalmente, mis pacientes me preguntan si yo desde siempre quise ser médico. No fue así. La vocación se manifestó en el camino. En un examen de aptitudes apareció la idea. En aquellos tiempos solo existía la Unah, y Medicina solo se servía en Tegucigalpa, lo que implicaba una mayor dificultad por lo económico. Era una carrera de tiempo completo, no había opción de trabajar y estudiar. Mi familia hizo el gran esfuerzo y a los 17 años fui a vivir solo a la capital. El resto es historia.
Pero creo que encajé perfecto en esta profesión. Tuve la fortuna de formarme a la sombra de señores de la medicina. Educados, cultos, honestos, éticos.
Su nombre era pronunciado con respeto donde llegaban y las voces se apagaban. Su palabra era incuestionable. Irradiaban una imagen de dignidad, de solvencia moral y eran ejemplos en sus vidas personales y profesionales.
Tuve la suerte de ver el futuro “sobre los hombros de esos gigantes”. Vi el camino desde su altura. Me mostraron que no solo había que serlo, sino parecerlo. Que el compromiso personal era con una trayectoria impecable.
No fue fácil salir de la facultad con vida. En ese tiempo no todos los que se matriculaban se graduaban. Muchos quedaban en el camino destrozados.
Las cosas han cambiado ahora. Las personas son distintas. De repente se vendió la idea de que ser médico aseguraba una buena vida solo por el hecho de serlo.
Que se tenía asegurado el futuro. Y así la profesión dejó de serlo y se volvió moda, viral. Y las aulas se llenaron de jóvenes que solo siguieron a los demás. Y las universidades se vieron incapaces para manejar el volumen. Y la calidad sufrió.
Los nuevos médicos no la tienen fácil. Ahora, la vida es más exigente, la competencia es despiadada, el ambiente es de animadversión, su juicio profesional es cuestionado.
Aun así, hoy, ahora, es indiscutible que un buen número de ellos transitan con todas las competencias que se necesitan para enaltecer esta profesión.
Ábranles paso. Son los nuevos portadores de la antorcha. Ya caminan solos, su paso es seguro, su corazón es noble, están aprendiendo a servir. Se ven bien.
Es un honor recorrer el camino con ellos.