La lengua se mueve en varios subcódigos que los hablantes emplean siguiendo las necesidades expresivas y las características particulares de su entorno comunicativo. Y no quiere decir que tal o cual locución sea buena o sea mala, todo va a responder a una necesidad establecida. En el nivel familiar o coloquial, los hablantes emplean frases con palabras que jamás dirían delante de una persona a quien se le guarda alguna distancia de intimidad y confianza. El hecho de que en un dominio coloquial se observen palabras considerados “malas” no quiere decir que se esté faltando al respeto del receptor; todo va a depender del grado de familiaridad que exista en ese entorno social. Ahora bien, no es lo mismo la palabra o frase zafia que los tabúes. Hay vocablos considerados “prohibidos” que no se pueden pronunciar abiertamente por algunas razones, quizá porque se refieren a cuestiones “escabrosas” como las sexuales, algunas fisiológicas, prostitución, son temas de “código restringido”. Cuando se habla de estos contenidos se hace necesario recurrir a los eufemismos para suavizar palabras y aun las frases y oraciones: sexoservidora (por prostituta), interno (por reo). No hay malas palabras.
Las palabras adquieren sus denotaciones y connotaciones según en el ámbito de utilidad. Hay vocablos desagradables que en determinado dominio social son agradables, encomiásticos o elogiosos, sin ninguna controversia de eufonía. Una palabra intercambia relaciones semánticas por los usos que se le dé en un tiempo o en un espacio físico. Las “malas” palabras no son malas ni buenas; pero respondiendo a la sociolingüística no se puede obviar que son pautas de informalidad verbal y que hay espacios en que adquieren aplicación práctica y otros en que resultan inconvenientes. Es importante manifestar que las palabras de una lengua no siempre guardan una única denotación; una palabra puede evolucionar en más de un significado por diferentes razones y finalmente su concepto primitivo se desvanece.