25/04/2024
03:36 PM

Lágrimas y compromisos por los emigrantes

Juan Ramón Martínez

Si algo confirma nuestro fracaso colectivo es la muerte de los emigrantes en Texas. Y muestra la falta de comprensión del fenómeno, su uso político indebido y, en consecuencia, la incompetencia para modificar las causas que lo producen. Y, además, exhibe la hipocresía colectiva, ya que Honduras vive de la exportación de personas, mientras del diente al labio condenamos a los “coyotes” o “polleros”, mientras nos recostamos en sus remesas para no salir de la mezquindad y la incompetencia, para hacer algo en favor del desarrollo del país.

No cabe duda de que somos una de las sociedades más desiguales del mundo. Se ha validado la explotación de los pobres; su uso en las montoneras en el pasado y su instrumentalización electoral en el presente. De modo que el desarrollo, que permita la liberación del hondureño y su independencia de los caudillos, significaría el fin del modelo político que conspira contra nuestro futuro. Porque el sistema político vive de los pobres, a los que se usa tanto como número en las elecciones o sus enojos infantiles para llevarlos a las calles para que se enfrenten, instrumentalizados, en contra de otros compatriotas. Sin que ninguno de los bandos sepa por qué lucha e, incluso, quién los instrumentaliza.

Los compatriotas muertos en Texas ponen de relieve los males de un sistema político perverso. En primer lugar, se confirma que la gente emigra porque busca empleos mejor pagados y evitar la inseguridad, y no porque huyan de la dictadura. Los muertos tienen nivel universitario –por primera vez, evidenciando la distancia entre Universidad y actividad económica–, buscando mejores salarios, contando con recursos para hacer el viaje tradicional: furtivo, ilegal; pero bajo la dirección de “especialistas” de la ilegalidad, demostrando que las caravanas son para los que no tienen dinero, suyo o de sus parientes, para pagar tales servicios.

Pero, además, el doloroso acontecimiento muestra la falta de respeto por quienes sostienen a este país y los que encuentran la muerte en camino hacia el sueño dorado.

El Gobierno, este y los anteriores, no ha creado siquiera un fondo para repatriar cadáveres, porque no somos agradecidos ni previsores para anticipar contingencias de esta naturaleza y menos para reinsertar a los expulsados por el sistema migratorio estadounidense. Y si esto fuera poco, al momento en que se define la política exterior hondureña, especialmente las relaciones con los Estados Unidos, nos preocupa más la asistencia de algunos gobernantes a las reuniones a las mismas que la protección de nuestros migrantes.

Hay que llorar con dignidad, sin hipocresía, a nuestros muertos. Pero hay que hacer algo para evitar nuevas desgracias.

Sabemos que el fenómeno es complejo. Pero hay que entender que necesitamos estimular el desarrollo de una economía capitalista que dé empleo suficiente, crear una articulación entre la formación y la inversión, con políticas que estimulen a los mejores para invertir sus recursos en la creación de puestos de trabajo. Hay que cambiar el discurso antiempresarial y evitar que el Gobierno dirija la economía, ya que significa fracasos inevitables.

Hay que desarrollar una política económica nueva, que estimule al ahorro nacional y atraiga a la inversión extranjera. Seguir creyendo que los que tienen dinero e invierten son los malos, y los que cierran empresas, los héroes constituye un acto de cobardía y de irresponsabilidad.

Y por mientras, tener en Estados Unidos a los mejores. No a los violentos callejeros, sino a los que tienen experiencia profesional, suficientes conocimientos. Cambiar a los cónsules que conocen para sustituirlos por inexpertos es un error que no se debe repetir. Y menos, cuando las destituciones se efectúen como actos de venganza.

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