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La tarea más noble

  • 19 septiembre 2023 /

Después de casi cuarenta años de trabajar en los diferentes niveles del sistema educativo nacional, y de haber sido docente durante más de treinta años, cada 17 de septiembre, como el que acaba de pasar, y en el que, desde hace cien años, se celebra el Día del Maestro, me resulta difícil no reflexionar sobre esa tarea tan noble, por medio de la cual se transforman existencias y se les ayuda a tener sentido y a desarrollar las competencias básicas, científicas y humanas, para vivir con dignidad y convertirse en mujeres y hombres de bien.

El reto más grande que se enfrenta en la tarea como educador es tener claro que la materia que vamos a tener en nuestras manos se compone, nada más y nada menos, de personas. Y la persona, el ser humano, es sumamente complejo y diverso. Cada alumno, cada alumna, es un universo por descubrir, por comprender y por mejorar.

Cuando se hace un abordaje superficial del estudiante apenas y nos aproximamos a sus capacidades intelectuales, o a sus intereses en el plano científico. Así, a algunos les gustan las matemáticas o las ciencias, mientras otros se enamoran de las humanidades; y, luego, hay un rendimiento académico que se refleja en unos resultados usualmente numéricos. Pero, si vamos más a fondo, como hace un buen maestro, nos encontramos con una rica vida interior, con un mundo afectivo, con unas aspiraciones y unos sueños, mucho más difíciles de manejar y que no podemos obviar ni ignorar.

Los alumnos, como todas las personas, son una unidad intelectual-psicoafectivo-volitiva, que debe abordarse de manera integral, pues, de lo contrario, los educadores podemos resultar torpes en el trato y obtener resultados mediocres. ¡En cuantas ocasiones nos falta paciencia para conocer a fondo a un niño o un adolescente, y lo etiquetamos, o, duele decirlo, lo echamos a perder!

La vocación a la docencia, el llamado para trabajar con estudiantes de cualquier nivel exige un compromiso enorme. En muchas otras ocupaciones, al final de día, se pone llave a un escritorio, se apaga una computadora o se cierran unos libros. Las mujeres y los hombres apasionados por educar a otros se llevan a sus alumnos en la cabeza y en el corazón, y se saben habitados por ellos. Sus alegrías y sus penas, sus sonrisas y sus lágrimas, nos afectan, nos conmueven, nunca nos dejan indiferentes. Luego, con los años, se cosechan cariños como con ninguna otra profesión. Y es que la docencia, y no es consuelo por el no siempre bien compensado trabajo en el aspecto económico, tiene el salario espiritual más alto de todas las profesiones del mundo.