México y Estados Unidos tienen graves problemas de violencia.
En México son las decenas de miles de asesinatos, producto de la guerra entre carteles y de una fallida política gubernamental. Y en Estados Unidos son las masacres con armas de guerra en escuelas, tiendas, bancos, cines, conciertos y lugares públicos. Y en ambos países nos hemos acostumbrado tanto a estos tipos de muertes que estamos paralizados. Nadie hace nada para detener la siguiente matanza. Es la normalización del horror.
Primero México.
Luisa Regina tiene apenas seis años, o quizá siete. Lo que reporta la prensa local es que hace unos días fue con sus padres al balneario de Las Palmas, en la población de Cortázar, en el estado de Guanajuato. La idea de su familia era pasar un día de descanso, piscina y diversión, pero, de pronto, unos 20 sicarios entraron al balneario disparando y mataron a siete personas, incluyendo a los padres de Luisa Regina y a un menor de edad. “De veras que no se vale que uno venga a convivir con su familia y llegaron los sicarios”, dijo un testigo. “Es un verdadero relajo”. Hay reportes, que no pude confirmar independientemente, de que la niña vio cómo asesinaron a sus padres. Esto es México en el 2023. Este es el México de “los abrazos, no balazos”.
Esto por supuesto toca al gobierno del estado de Guanajuato, que tiene un gobernador del Partido Acción Nacional. Solo en 2022 tuvo 3,260 homicidios dolosos en Guanajuato, pero como estos tiroteos ocurren prácticamente en todo el país, es inevitable culpar también al gobierno del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, por el fracaso en su estrategia de seguridad.
Desde que AMLO llegó a la Presidencia el 1 de diciembre de 2018 han asesinado a 143,980 personas, según cifras oficiales. Más que durante cualquier otro sexenio en este siglo. El presidente asegura, con razón, que la tendencia de los homicidios dolosos ha ido bajando. Pero los muertos son tantos, en tantos lugares, sin que las autoridades puedan hacer nada, y con casi total impunidad que la estadística presidencial resulta una pobre excusa. O incompetencia. La realidad es esta: a ningún presidente mexicano le han matado a tantos ciudadanos como a López Obrador desde la revolución y la guerra cristera.
Ahora Estados Unidos.
A principios de este mes, el estudiante Audrey Hale, de 28 años de edad, se metió en una escuela cristiana de Nashville, Tennessee, y disparó 152 veces con un rifle y una pistola. La Policía actuó rápidamente y mató al atacante apenas 14 minutos después de haber entrado a la escuela. Pero eso no fue suficiente para evitar que antes asesinara a tres adultos y a tres niños de nueve años de edad. La Policía asegura que el ataque fue “calculado y planeado”, y la cadena CBS reportó que el atacante recibió entrenamiento para el uso de armas de fuego.
Las masacres son cosa de todos los días en Estados Unidos. Para mediados de abril ya habían ocurrido 160 masacres en este año, según el Gun Violence Archive. Es decir, ha habido más masacres que días en los primeros cuatro meses del año. (Una masacre es definida, arbitrariamente, por varias organizaciones cuando hay al menos cuatro muertos y heridos.) Las armas de fuego son la principal causa de muerte para niños en Estados Unidos.
Esta fue una semana particularmente violenta y desesperanzadora en el país. En Kansas City, un joven afroamericano de 16 años fue herido de bala en la cabeza por un hombre blanco de 84 años luego de tocar el timbre en la casa equivocada. En Elgin, Texas, dos porristas fueron baleadas luego de que confundieron su auto por otro. Y en Charlotte, Carolina del Norte, un hombre le disparó a una niña de 6 años y a sus padres luego de que una pelota de basquetbol cayera en su propiedad. Todo esto ocurre por el extenso uso de rifles y armas.
En Estados Unidos estamos tristemente esperando la siguiente masacre. Miembros del Partido Republicano, casi unánimemente, se rehúsan a aprobar en el congreso en Washington cualquier propuesta de ley que limite el uso de armas. En Estados Unidos hay más armas que personas, y es cierto que en algunos lugares es más fácil conseguir una pistola que una medicina sin receta médica. El 83 por ciento de los dueños de armas está de acuerdo en que se expanda la revisión de antecedentes penales antes de cualquier compra, según publicó la Universidad de Harvard. Pero los políticos más conservadores, por temor a perder apoyo de sus partidarios y de sufrir una campaña de desprestigio, no se atreven a aprobar lo que quiere la gente.
A pesar de lo anterior y de la diferencia en población, México sigue siendo un país mucho más peligroso y violento que Estados Unidos. En 2022 hubo 30,971 homicidios dolosos en México, según cifras del Gobierno, contra 20,200 asesinatos en Estados Unidos.
Estados Unidos y México están paralizados ante la violencia. Nadie hace nada. Estamos todos cansados y aterrados de escuchar sobre la última masacre o tiroteo. Pero luego de una bien aprendida rutina -sorpresa, indignación, aceptación y olvido- seguimos nuestras vidas con la esperanza de que la siguiente balacera no nos toque de cerca.
Cada país tiene sus peculiaridades. La violencia en México no se puede enfrentar de la misma manera que en Estados Unidos. Pero, en general, en ambas naciones nos merecemos mejores líderes que comiencen por reconocer que lo que hemos hecho hasta ahora no ha servido para nada. Ese es el doloroso punto de partida. Y el año del cambio tendrá que ser 2024, cuando elijamos en México a un nuevo presidente y en Estados Unidos a un nuevo Congreso. Los políticos que tenemos ahora no han podido.