No resulta fácil explicar el silencio de los hondureños cuando la presidenta Xiomara Castro declara que su gobierno es “socialista democrático”. Solo Carlos Urbizu ha pedido que ella, por razones que indicaremos después, no haya respondido. Tampoco su marido, ni el ideólogo mayor, Salgado –el más cubano del gobierno– , Pastor, Reina, Torres, Cardona, Roque, Redondo, Tomé, Cazaña o Fuentes. La razón es simple: no tienen lecturas sobre el marxismo, saben poco del reformismo; o el anarquismo. Usan tan solo el retintín de los argumentos teóricos usados antes y durante la II Guerra Mundial: luchar contra del fascismo, que explica y justifica al marxismo soviético, perdonando sus errores y fallas.
Honduras tiene una clase política –de alguna manera hay que llamarla– con pocas lecturas sobre la ciencia y práctica de su especialidad. En los últimos 50 años, nunca se han impreso las obras de los teóricos políticos de occidente. Maquiavelo, Hobbes, Locke, Smith, Pruoudon, Comte, Weber, Tocqueville, Hegel, Benjamín, Berlín, Adorno, Spinoza, Descartes, Heine, Russel, Orwell, Kolakosky, Russel, Arendt, Trotsky; ni siquiera a Althuser, que en un tiempo fue el catecismo del padre Ripalda, con el que se adiestraba a los que querían construir una sociedad mejor. Aquí, el socialismo y con más propiedad, el “marxismo”, solo ha tenido una motivación emocional centrada en el internacionalismo antiimperialista; y más en el rechazo verbal a los Estados Unidos. Los marxistas, los callejeros –muchos de los cuales están en el gobierno– no tienen formación alguna, carecen de espíritu crítico; y por ello, no tienen teorías definidas, cosa que se observa en este “socialismo democrático” que, más bien es una izquierda del berrinche, la venganza y la persecución de sus adversarios— que propuesta para remover el capitalismo, enfrentar al liberalismo y construir una nueva sociedad.
A la derecha hondureña, le ocurre lo mismo. Hace algunos años un dirigente industrial de Tegucigalpa le pidió a un examigo que les explicara las características del capitalismo, porque él y sus amigos ignoraban de qué se trataba. Los liberales de aquí no saben teóricamente cuál es su esencia. Brasean en el vacío, preguntándose qué de donde viene la tolerancia, las fuentes de la democracia y la teoría del Estado de derecho, para responder a las críticas del derecho burgués que hacen los miembros más jóvenes de las izquierdas del berrinche que es, la que se formó en las calles del país, bajo la batuta del menos formado de todos, Manuel Zelaya. Más bien, solo tienen capacidad para el ejercicio del odio fácil, el menosprecio del desarrollo económico, la vida pacífica, la eliminación del miedo y la destrucción del dialogo civilizado.
A Miguel Navarro se le atribuye la frase “Changelito, entre más lees, más te alejas de la presidencia”, dicha a Zúñiga Huete, que ahora en este clima de orgullosa ignorancia, es notoria porque los políticos muestran satisfechos su incompetencia y falta de habilidad para preservar la esperanza entre la ciudadanía. Y están convencidos que, para llegar al poder, no es necesario estudiar, porque la graduación y el título se logran en la calle, como en el pasado se conseguía en la guerra que unos se mataban con otros.
El problema es que, entre más se degrada la política y más incompetente se muestran los dirigentes políticos, más lejano se ve el desarrollo democrático. De lo malo, de lo inculto, de lo irrespetuoso, no puede salir nunca nada bueno. Desde la madrugada del 3 de octubre de 1963, López Arellano –un hombre sin pupitre que tenía pocas lecturas– al país lo ha dirigido la mediocridad. Confirmando que entre menos leído más rápido se llega al poder.
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