Por supuesto que votar es muy importante. Es parte de la práctica democrática. Pero no hay que equivocarse. No basta con votar para concluir que eso es la democracia. En Cuba hay elecciones, también en Venezuela, Corea y en China. Pero esos países no son democráticos. En Estados Unidos, las elecciones no permitían el voto universal.
Votaban los propietarios; pero no lo podían hacer los negros y mucho menos las mujeres: ni siquiera las blancas. Pero no por ello, se puede decir que no había democracia. Porque en el fondo de todo, la democracia es una forma de participación cívica – en la que puede ocurrir que no participen todos – pero que permite la libre discusión de las opiniones contrarias, el ejercicio de la libertad para opinar sin temor alguno y en donde varios partidos compiten en igualdad de condiciones en elecciones primero, imponiéndose el que tiene la mayoría, sin llegar a irrespetar el derecho de las minorías. Y el gobierno que resulte de las mayorías, se somete – en un régimen de independencia de los poderes tradicionales legislativo, judicial y ejecutivo – al respeto absoluto de la ley y al control. De forma que por medio del ejercicio de las fuerzas de los pesos y los contrapesos, se protege el bien público, el bienestar de todos y la felicidad de la colectividad.
Así, las elecciones, son una parte de la democracia. Pero ellas, por sí mismas, no son la democracia. Son más bien la puerta para el ejercicio participativo de todos, en forma directa o por medio de representantes elegidos libremente, en que en la conducción de los asuntos públicos, tienen oportunidad de intervenir todos. Es decir que los resultados electorales no son un cheque en blanco para que los elegidos, no solo le den la espalda a sus representados a los cuales desobedecen; ni les prestan atención.
Incluso ocurre aquí, contrario a otros países en donde funcionan los distritos electorales, que cada quien sabe quién es su diputado. Y cuando tiene algún problema, le escribe. Y este no solo le contesta, sino que le resuelve. Nosotros en cambio – y sin menospreciar lo andado; pero sin olvidar lo que hace falta para perfeccionar esta democracia nuestra, recién nacida – no sabemos quién es nuestro diputado, no votamos por los regidores y ni siquiera por los diputados al Parlamento Centroamericano.
Los elegidos son de los movimientos. Además, aquí, no existe la rendición de cuentas. Los actos de los funcionarios no están suficientemente controlados. Como ocurre en otros países. Ni hay suficiente independencia de los poderes, como en Estados Unidos, en donde una decisión del Ejecutivo es paralizada por los fiscales y por los tribunales judiciales.
Por supuesto, lo que queremos evitar es el simplismo que hace creer a muchos que basta con que hayan elecciones; e incluso funcionen partidos, en los que no siempre hay prácticas democráticas reales, para concluir que existe la democracia.
Los escándalos que nos salpican la cara a todos, en que se financian las campañas políticas por personas adineradas que después reclaman contratos por parte del Gobierno, es una prueba que la ciudadanía, sus representantes en el Congreso y ni siquiera los partidos políticos, vigilan al gobierno.
En Estados Unidos, en el frontispicio del edificio del Tesoro, hay una frase singular: “la eterna vigilancia, es el precio de la libertad”. El poder democrático, creado para el servicio del bien común, es vigilado por el Congreso, por los partidos políticos, por los medios de comunicación social y por todos los ciudadanos. Sin ese control, las elecciones, pueden ser un engaño para los inocentes.
Hemos avanzado mucho; pero nos hace falta control sobre el poder. Mientras no ocurre, las elecciones incluso pueden ser una forma de impedir el ejercicio democrático, al entregarles a los ganadores nuestras vidas, honores y bienes. Sin condiciones. Sin control del pueblo, la democracia desaparece. Lincoln lo dijo: “Es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
Votaban los propietarios; pero no lo podían hacer los negros y mucho menos las mujeres: ni siquiera las blancas. Pero no por ello, se puede decir que no había democracia. Porque en el fondo de todo, la democracia es una forma de participación cívica – en la que puede ocurrir que no participen todos – pero que permite la libre discusión de las opiniones contrarias, el ejercicio de la libertad para opinar sin temor alguno y en donde varios partidos compiten en igualdad de condiciones en elecciones primero, imponiéndose el que tiene la mayoría, sin llegar a irrespetar el derecho de las minorías. Y el gobierno que resulte de las mayorías, se somete – en un régimen de independencia de los poderes tradicionales legislativo, judicial y ejecutivo – al respeto absoluto de la ley y al control. De forma que por medio del ejercicio de las fuerzas de los pesos y los contrapesos, se protege el bien público, el bienestar de todos y la felicidad de la colectividad.
Así, las elecciones, son una parte de la democracia. Pero ellas, por sí mismas, no son la democracia. Son más bien la puerta para el ejercicio participativo de todos, en forma directa o por medio de representantes elegidos libremente, en que en la conducción de los asuntos públicos, tienen oportunidad de intervenir todos. Es decir que los resultados electorales no son un cheque en blanco para que los elegidos, no solo le den la espalda a sus representados a los cuales desobedecen; ni les prestan atención.
Incluso ocurre aquí, contrario a otros países en donde funcionan los distritos electorales, que cada quien sabe quién es su diputado. Y cuando tiene algún problema, le escribe. Y este no solo le contesta, sino que le resuelve. Nosotros en cambio – y sin menospreciar lo andado; pero sin olvidar lo que hace falta para perfeccionar esta democracia nuestra, recién nacida – no sabemos quién es nuestro diputado, no votamos por los regidores y ni siquiera por los diputados al Parlamento Centroamericano.
Los elegidos son de los movimientos. Además, aquí, no existe la rendición de cuentas. Los actos de los funcionarios no están suficientemente controlados. Como ocurre en otros países. Ni hay suficiente independencia de los poderes, como en Estados Unidos, en donde una decisión del Ejecutivo es paralizada por los fiscales y por los tribunales judiciales.
Por supuesto, lo que queremos evitar es el simplismo que hace creer a muchos que basta con que hayan elecciones; e incluso funcionen partidos, en los que no siempre hay prácticas democráticas reales, para concluir que existe la democracia.
Los escándalos que nos salpican la cara a todos, en que se financian las campañas políticas por personas adineradas que después reclaman contratos por parte del Gobierno, es una prueba que la ciudadanía, sus representantes en el Congreso y ni siquiera los partidos políticos, vigilan al gobierno.
En Estados Unidos, en el frontispicio del edificio del Tesoro, hay una frase singular: “la eterna vigilancia, es el precio de la libertad”. El poder democrático, creado para el servicio del bien común, es vigilado por el Congreso, por los partidos políticos, por los medios de comunicación social y por todos los ciudadanos. Sin ese control, las elecciones, pueden ser un engaño para los inocentes.
Hemos avanzado mucho; pero nos hace falta control sobre el poder. Mientras no ocurre, las elecciones incluso pueden ser una forma de impedir el ejercicio democrático, al entregarles a los ganadores nuestras vidas, honores y bienes. Sin condiciones. Sin control del pueblo, la democracia desaparece. Lincoln lo dijo: “Es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.