15/11/2025
07:05 PM

En la justa medida

A los hondureños nos encanta admirar todo aquello que parezca extranjero y curiosamente, vemos en una categoría inferior a lo nacional.

Elisa Pineda

La desconfianza se ha enraizado tanto en nuestra vida cotidiana, que es casi un rasgo de nuestra identidad nacional. Es parte de nuestra propia forma de ver el mundo y, de manera especial, de vernos a nosotros mismos. De acuerdo. La desconfianza no es en vano, quizás ha sido el extremo hacia donde nos han movido las malas experiencias, la forma consistente en que muchos -especialmente la clase política- se ha aprovechado de la ingenuidad, primero, la tolerancia después y, por último, la indiferencia y el hastío. La desconfianza ha menoscabado nuestra autoestima y por supuesto, nuestro propio concepto de lo que merecemos como nación.

¿Qué define nuestra identidad?, ¿cómo somos los hondureños?, ¿qué características son más o menos comunes a toda la población? Son buenas preguntas sobre las que debemos reflexionar. Generalizar siempre entraña un riesgo enorme de simplificar una realidad compleja, sin lugar a dudas, pero en este espacio breve buscaremos esbozar qué nos identifica como hondureños.

A los hondureños nos encanta admirar todo aquello que parezca extranjero y curiosamente, vemos en una categoría inferior a lo nacional. Si se trata de un producto, nos parece muy caro, si se trata de una persona que brilla, nos cuesta reconocer sus cualidades. “Debe ser que alguien le ayudó”, suele ser la frase recurrente.

Las imágenes construidas a punta de publicidad y artificios nos han hecho tan escépticos, que ya nos cuesta reconocer entre los méritos reales y los inventados, entonces preferimos poner a todos en una misma categoría.

A pesar de la incredulidad, los hondureños tenemos mucho de qué sentirnos orgullosos. Somos personas solidarias. Si usted tiene duda de ello, piense en los múltiples programas y actividades que ocurren en esta tierra en beneficio de aquellos que tienen menos oportunidades, por diversas causas. Pero aún más valiosos son los casos, muchas veces anónimos, de los que nos damos cuenta por esas vueltas del destino, por ejemplo, de las familias que aún con sus escasos recursos económicos deciden adoptar a un niño o hacerse cargo de un miembro más de la familia que ha quedado solo, a causa de la migración o de la violencia.

Los hondureños también somos muy creativos. Es cuestión de ver las carretas tipo “troco” para darnos cuenta que, aún en la humildad, nuestra gente es capaz de ingeniarse las formas de salir adelante. No digamos la creatividad con la que estiramos el dinero en el tiempo.

En otra dimensión económica y social se encuentran las mentes inquietas de la población juvenil universitaria, y sus desarrollos informáticos, por ejemplo. Nuestra gente es tan talentosa, como cualquier otra del mundo, a pesar de la diferencia de oportunidades. Somos personas trabajadoras, que aún debemos reconocer nuestra propia capacidad y sobre todo, recordar esa amabilidad de la población de tierra adentro, las buenas costumbres que nos heredaron nuestros ancestros y combinarlas con esa visión de un futuro compartido.

Los hondureños somos muy críticos con nosotros mismos, quizás más duros de lo que deberíamos, aunque una dosis de ello es aceptable, pero en la justa medida en la que nos impulse a ser mejores.

A pesar de nuestros problemas y frustraciones, somos una nación resiliente, capaz de asumir situaciones difíciles y luchar -aunque a veces a regañadientes- por un mejor futuro. Somos gente de fe, la que nos impulsa a tener esperanza en que es posible recuperar nuestra propia imagen y, a partir de ella, hacer que las otras naciones también nos vean diferente. Es momento de repensarnos.