Afirmaba un santo español que si había algo de lo que deberíamos llevar cuentas estrictas y hacer contabilidad con frecuencia es de nuestra propia existencia. Y si tomamos en cuenta el momento del año en el que estamos la idea resulta más que útil. Los años viene y van, los días, las semanas y los meses pasan inexorablemente, la piel se va marchitando, los bríos se van perdiendo y la posibilidad de hacer de nuestra vida algo útil, algo que deje una huella positiva o, por lo menos, un buen recuerdo en quienes nos hayan conocido, va perdiendo vigencia. Contemplaba, hace unos días, a un adolescente que bajaba unas empinadas escaleras saltándolas de dos en dos; yo recordaba, entonces, cuando solía hacer lo mismo en las gradas de los edificios de la UNAH cuando realizaba mis estudios universitarios y, así es la vida, comparaba la manera como acostumbro ahora hacerlo: una por una, poniendo cuidadosamente cada pie en cada escalón, vaya a ser que pierda el equilibrio, de un traspiés y haya Róger Martínez enyesado para rato. Además, desde hace unos años, mi mujer y yo solemos comentar como cada día vamos a más velorios y como se han ido muriendo los padres de nuestros amigos (mi padre y mi madre hace años atravesaron el umbral, igual que mi suegra). La lógica conclusión es que una vez pasada a mejor vida la generación anterior le tocará a la nuestra. Y hay que prepararse.
Y es que, independientemente de lo que la gente piense de lo que hay “más allá” (yo estoy ciertísimo de lo que sigue), creo que es una gravísima irresponsabilidad vivir de cualquier manera el “más acá”. Es decir, hay personas que viven en un sonambulismo permanente, existiendo porque respiran, comiendo porque padecen hambre, ocupando un espacio porque tiene una masa que lo necesita…pero que nunca se han detenido a pensar la finalidad de su existencia, cómo influyen sus actuaciones en la vida de los demás, si lo que hacen o dejan de hacer, dicen o dejan de decir, repercute positiva o negativamente en el conglomerado humano en el que se mueven. Y eso no está para nada bien. Aquí no hemos venido a pasear. Bastantes dificultades, y alegrías, tiene la vida como para pensar que da igual vivir que morir, que da lo mismo hacerle la vida feliz a los demás o ser unos gruñones detestables. Sería faltar a la justicia, y a la caridad, terminar otro año sin pararnos a hacer cuentas. Y, para que estas sean más apretadas y realistas, valdría la pena preguntarle a la gente que nos rodea si les causamos felicidad o penas, si les hacemos fácil la existencia, si es agradable convivir con nosotros. Si la respuesta es poco satisfactoria tenemos todo un año por delante para rectificar, para que nos vaya mejor en el negocio de la vida.