En la actualidad parece que la sociedad espera que los jóvenes sean resilientes, fuertes y siempre innovadores. Pero esta presión constante por sobresalir puede generar un peligroso silencio en torno a la vulnerabilidad y el fracaso.
Los jóvenes enfrentan desafíos abrumadores, desde la inestabilidad económica hasta la sobreexposición en redes sociales. Sin embargo, pocas veces se les permite fallar sin el estigma del fracaso definitivo. En lugar de ver las caídas como parte integral del aprendizaje, el error se percibe como un obstáculo que bloquea sus futuros. La clave del empoderamiento juvenil no está solo en sus éxitos, sino también en su capacidad para aprender de los fracasos.
La vulnerabilidad debe verse como una herramienta de crecimiento, no como un defecto. El error no debe estigmatizarse, sino que debe ser reconocido como una oportunidad para reajustar, mejorar y perseverar. Si no fomentamos una cultura que acepte el fallo como parte del proceso de innovación, corremos el riesgo de generar una juventud temerosa de tomar riesgos y abordar desafíos. Algunos podrían argumentar que el énfasis en el fracaso puede desincentivar el esfuerzo y fomentar una mentalidad conformista. Se piensa que aceptar el error de manera abierta podría reducir la ambición de los jóvenes o llevar a que no se esfuercen lo suficiente. Sin embargo, esta percepción pasa por alto la realidad de que el miedo excesivo al fracaso paraliza la creatividad y la toma de decisiones. De hecho, la innovación —una de las cualidades más buscadas hoy en día— está intrínsecamente ligada a la experimentación y, por ende, al fallo. La verdadera amenaza no es el fracaso en sí, sino la falta de disposición para aprender de él.
La solución comienza por una reforma profunda en la manera en que educamos a los jóvenes, tanto en el ámbito académico como en el social. Las instituciones educativas deben diseñar currículos que fomenten la experimentación y acepten el fracaso como parte natural del aprendizaje. En lugar de premiar solo los resultados finales, deberíamos valorar los procesos, la evolución y los intentos fallidos que llevan al éxito.