Me encontraba en una sesión de la escuela para padres organizada por el centro educativo al que acuden mis hijos y el expositor nos hablaba del tiempo de calidad que debemos dedicar a la formación de los niños y jóvenes en el hogar.
Una de las ideas que el conferencista compartió es que el sentimiento de soledad puede crecer en un ambiente en el que la principal forma de interacción con otros son los dispositivos móviles.
No era la primera vez que escuchaba que la soledad define a este mundo de interacciones virtuales; sin embargo, atrapó mi atención y me hizo recordar un verso del escritor uruguayo Mario Benedetti, que saco un poco del contexto romántico, para definir rápidamente lo que pueden experimentar niños, jóvenes y adultos en este momento.
“Tengo una soledad tan concurrida que puedo organizarla como una procesión por colores, tamaños y promesas por época por tacto y por sabor”, dice el poema “Rostro de vos”.
Y es que el uso intensivo y poco controlado de dispositivos móviles puede ser adictivo, algo que en edades tempranas podría provocar ansiedad, así como aislamiento social, entre otras situaciones muy debatidas.
No significa esto que debamos mantener a niños y jóvenes apartados del uso de la tecnología, ya que esto equivaldría a desconocer que las nuevas herramientas también pueden abrir un mundo de posibilidades de conocimiento, toda vez que sean utilizadas de forma vigilada y controlada.
Más allá de la labor permanente de vigilante del quehacer de los hijos -algo que en lo particular me parece tremendamente invasivo- lo más adecuado es informar y orientar; es decir, tomarse el tiempo para explicarles las bondades y los peligros del uso de dispositivos electrónicos, todo de acuerdo con su edad.
“Al proteger a los niños contra lo peor que la tecnología digital puede ofrecerles, y al ampliar su acceso a lo mejor, podemos inclinar la balanza hacia una experiencia de mayor calidad”, decía Anthony Lake, el entonces director Ejecutivo de Unicef, en el mensaje introductorio del informe sobre el Estado Mundial de la Infancia 2017, “Niños en un mundo digital”.
Además, ahora, como siempre ha sido, una de las tareas que los padres y madres de familia no deben delegar es la de establecer límites razonables y dialogados.
La ausencia de normas que regulen temas cotidianos puede afectar significativamente a los hijos, por ejemplo, no usar dispositivos en la mesa, mientras se comparten los alimentos y la conversación de sobremesa, así como tener una hora límite para el uso del teléfono celular, para que no afecte el horario de sueño.
Quizá en este caso, como en muchos otros, la palabra clave es la congruencia. Por supuesto que establecer límites implica hacernos cargo de aplicarlos personalmente, y es allí donde muchas veces fallamos.
Es indispensable salir de la zona de confort, puesto que la paternidad y la maternidad implican un constante llamado al cambio para ser nuestra mejor versión.
Dejar en soledad a los niños y los jóvenes frente al mundo digital no es una opción válida. El acompañamiento y la guía en todos los aspectos de la vida es esencial, indelegable e impostergable. Actuemos hoy.
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