09/12/2025
02:16 AM

En abandono mutilados por el tren

Renán Martínez

Cuando el hondureño César Álvarez recobró el conocimiento al lado de la línea férrea y trató de incorporarse, se dio cuenta que el tren le había cercenado la pierna derecha. Días antes había salido solo de su natal puerto de Tela, rumbo a Estados Unidos por la impredecible ruta del migrante que recorren los infortunados en busca de mejorar sus condiciones de vida.

César, quien en ese tiempo tenía 21 años, había logrado cruzar la línea divisoria entre México y el gran país del norte después de vencer los obstáculos del torturante camino, cuando se desprendió de un enorme tren de carga estadounidense que transportaba cemento a Houston, Texas.

Estaba subido en el lomo del ferrocarril gringo cuando, en el momento en que este arrancaba, vio a otro migrante que no lograba subir debido a su gordura. No vaciló en auxiliarlo, pero mientras bajaba soportando los tirones de los vagones, pegó con la quijada en el hierro, rebotó y fue a dar con su testa a otra parte del monstruo metálico. Fue entonces que cayó inconsciente bajo las ruedas violentas del convoy. Cuando despertó no había nadie en el lugar que pudiera ayudarlo por lo que se arrastró apoyado en sus codos en dirección a las luces de una autopista que podía ver a lo lejos. Calculó que era más de la medianoche. Al llegar al “freeway”, tras soportar el rigor de un zanjón, el primer conductor que lo alumbró llamó al 911 y enseguida llegó un helicóptero que lo trasladó a un hospital de rehabilitación de Corpus Christi.

Al salir del nosocomio sin ninguna indemnización, Migración le dio un tiempo prudencial para permanecer en el país mientras se recuperaba de la operación quirúrgica. César aprovechó esos meses para trabajar en una fábrica de piezas automotrices, y pedir ayuda económica en sus ratos libres. Así logró comprar su primera prótesis.

28 años después de aquel percance trágico, lo encontré sentado en el corredor trasero del antiguo edificio en el que funcionaban las oficinas principales de la Tela Railroad Company en su época gloriosa. Él es el encargado de cuidar esa reliquia arquitectónica, construida en 1916, por un modesto salario que le paga la municipalidad de Tela. Este único ingreso no le alcanza para comprar otra prótesis que sustituya la última que también adquirió con dinero de su bolsa, y ya está vencida. Piensa que los discapacitados por el tren, deberían tener una pensión vitalicia otorgada por el Estado porque, por discriminación, nadie quiere darle trabajo a una persona que ha sufrido una amputación, aunque lo acredite que está apto, el carnet que les entregó el gobierno. Hay como 50 organizaciones en Honduras entre las cuales el gobierno distribuye la ayuda para los discapacitados, pero resulta que este beneficio se diluye en gastos logísticos y otros menesteres que no tienen que ver con quienes realmente necesitan esos fondos. “Mientras los diputados reciben bonos hasta de cien mil lempiras, a nosotros no nos dan ni para llevar arroz y frijoles a nuestra mesa”, dijo César en referencia a los 15 mil amputados por el tren que siguen viviendo en Honduras “a coyol partido, coyol comido”. Es tal la desesperación de algunos de ellos que han optado por tomar sus muletas y sus prótesis para emprender nuevamente el viaje aún habiendo vivido en carne propia el riesgo mortal de la aventura.