04/12/2025
01:00 PM

El sentido de pertenencia

Víctor Corcoba Herrero

La vida, por sí misma, es un sinfín de espacios y una pluralidad de latidos. La uniformidad es la propia muerte, que nos deja sin palabras y sin búsqueda. Ciertamente, cada cual somos únicos, pero al mismo tiempo requerimos de un profundo espíritu de comunión, que es en realidad lo que nos hace crecer para poder alcanzar la ansiada meta de lo armónico. Por desgracia, las tres cuartas partes de los mayores conflictos tienen una dimensión pedagógica. Superar las divisiones entre las culturas, y sus variados cultos semánticos, es una necesidad para poder lograr una estabilidad vinculante y un desarrollo justo. Desde luego, tenemos que oírnos, escucharnos más y entendernos con abecedarios de corazón y no de mercado. El tronco está en el amor, donde se enraízan todos los pensamientos, hasta el extremo que, únicamente en el amar, florecen los lenguajes.

Esta cohesión requiere de todos los cuidados y de todas las mentes humanas, puesto que así es como restableceremos la concordia y el sentido de pertenencia. Por eso tan importante como movernos es reencontrarnos, con el espíritu fecundo del abrazo permanente y la entrega constante. No olvidemos que el 89% de los conflictos actuales en el planeta se producen en países con escaso diálogo intercultural; de ahí lo vital que es reforzar las conexiones y el brío cooperante. Planificar nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades y gustos es la mayor de las torpezas. Lo que verdaderamente nos realiza como seres pensantes es el permanente espíritu generoso, la novedad que nos participan nuestros propios semejantes, para abrirnos a los suyos y no encerrarnos. Al fin y al cabo, el futuro pertenece a quienes cimentan en la belleza de sus sueños la hacienda de sus latidos ofrecidos.

Indudablemente, la mayor desgracia es que al niño ya no se le deja ser niño ni al joven abrazar anhelos, ni a los que caminan por el atardecer de sus vidas reconquistar la ilusión de sentirse vivos. La humanidad es el conjunto, no el privilegio de algunos atrincherados en sus estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta. Quizá tengamos antes que sentirnos familia para no caer en la imposición de nada. La diversidad nunca provoca conflicto, más bien es una invocación a la apertura, a vivir la novedad superando todo exclusivismo. Es cierto que nadie tiene la verdad absoluta. Dejemos que cada cual pueda expresarse. Ojalá, el sector cultural y creativo, que aún no ocupa el lugar que merece en las políticas públicas y de cooperación internacional, se activase mucho más, al menos para proteger nuestra infinidad de corrientes, sobre todo aquellos grandes pulsos de bien.