Si alimentamos pensamientos que nos empoderan, nuestra vida se expande. Si nos dejamos atrapar por creencias limitantes, el mundo se encoge ante nuestros ojos.
Dios envió a su propio Hijo, y lo envió tan débil como nosotros, los pecadores. Lo envió para que muriera por nuestros pecados. Así, por medio de él, Dios destruyó al pecado.
¿Cómo sabemos que estamos obedeciendo? Si estamos amando. Pero este amor no tiene nada que ver con lo que se le cita como tal en las películas o las telenovelas.