¡Córrase pa’ trás...!, es el grito tradicional con que empiezan las labores los motoristas del transporte urbano en San Pedro Sula, desde la cinco de la mañana hasta las ocho de la noche.
Es uno de los trabajos más delicados, mal pagados y riesgosos, en todos los aspectos, por el constante movimiento de conducir un bus, cargado de pasajeros y controlados por un reloj y, en varias ocasiones, amenazados por los asaltantes, al grado que son muchos los buseros que han perdido la vida.
En la Gran Central Metropolitana de San Pedro Sula, fundada el 27 de agosto de 2006, hay 50 empresas de autobuses que cubren 128 rutas de nivel internacional, nacional e interurbano, que transportan diariamente de 150,000 a 180,000 pasajeros.
En San Pedro Sula operan oficialmente las rutas: 2 con 33 unidades y la 7 con 25 buses, que recorren los distintos sectores de la ciudad, con un costo del pasaje de 13 lempiras sea, que vaya sentado, parado o colgado.
El busero se levanta temprano, con el timón en las manos con un duro asiento que lo hace saltar, ese trabajador del volante que saluda al pasajero mientras reprende al ayudante.
Ese rápido y diestro motorista que pasa acelerando, frenando y pitando, mientras un reloj le controla las vueltas y le quita parte de su sudor. Solamente descansa cuando sienten el cuerpo fundido, o no enciende el motor.
El busero que compite por llenar la unidad de pasajeros, por dar rápido la vuelta y por llegar al punto primero, comparte con el policía por andar la licencia vencida, en contra vía, pasarse la luz roja o amarilla. Se acuesta cansado, con los brazos rendidos, la espalda encorvada, y las nalgas dormidas. Sueña con ser dueño del bus o con un salario mejor en un país llamado Honduras.