10/02/2025
03:08 AM

Después de más de dos mil años

Roger Martínez

Los vicios, igual que las virtudes, se adquieren por repetición. Así como cada vez que realizamos un acto bueno este se va integrando a nuestra personalidad hasta que, como señalan varios autores, adquirimos una especie de segunda naturaleza que nos inclina hacia el bien, cada vez que ejecutamos una acción negativa, esta se va incorporando a nuestra conducta habitual y nos vamos tornando viciosos. Y, cuando hablo de vicios, no me refiero únicamente a la afición a las bebidas alcohólicas o las sustancias alucinógenas, sino hablo de todos aquellos comportamientos que se oponen a la virtud; a todas aquellas maneras de conducirnos que, en lugar de facilitar la convivencia humana, la entorpecen, la dificultan.

Y hablando de vicios, no me cabe la menor duda de que el que más obstaculiza las relaciones entre las personas es la soberbia. Esa dañina actitud que nos convierte en jueces implacables de los demás, que nos hace pensarnos superiores a los que nos rodean, que nos lleva a ir por la vida maltratando a los otros, con un ego inflado, a mirarlos por sobre el hombro como si fuéramos mejores que ellos.

Digo lo anterior en un momento del año en el que nos preparamos de muchas maneras para celebrar al nacimiento de Jesús, el centro y motor de la historia, aquel que cambió para siempre el rumbo de la humanidad, y de quien sus biografías autorizadas, los cuatro Evangelios, nos dicen que era “manso y humilde de corazón”, que nunca trató a nadie con desprecio, que no acostumbraba a marginar a las personas por su procedencia social, por su estado de salud o por su conducta moral. Un hombre que practicó la virtud opuesta a la soberbia: la humildad, y que comenzó su vida en un sitio en el que daba de comer y beber a los animales domésticos, y la concluyó en medio de dos tipos, dos ladrones, con tan mala fama y peor comportamiento que les hizo merecer la muerte.

Además de gastar, comer y beber de más, estos días deberían servirnos para hacer este tipo de consideraciones y examinar nuestro comportamiento cotidiano. Para detenernos a pensar sobre nuestras actitudes, sobre la forma tan poco humana y cristiana como a veces juzgamos y tratamos a la gente que nos rodea. Una mirada al Nacimiento que posiblemente tengamos en nuestra casa podría ayudarnos. De ahí podemos recibir unas lecciones de humildad que pueden ayudarnos a tener una visión más realista sobre nosotros mismos, a ser más comprensivos con los demás, a luchar contra la soberbia que, muchas veces, nos vuelve insoportables.