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¿Cuánto paga por su silbato?

  • 10 marzo 2023 /

Benjamín Franklin era apenas un niño de siete años cuando cometió un error que recordaría por siete décadas. ¿Cómo lo sabemos? Él mismo nos lo relata en su autobiografía. ¿Cuál fue el error que tanto le molestó? Enamorarse de un silbato. Se sintió tan excitado que corrió a la tienda, se vació los bolsillos y puso sobre el mostrador todas las monedas que poseía en el mundo y pidió el silbato sin preguntar siquiera cuánto costaba. Setenta años después escribió, “Volví a casa y silbé por todas las habitaciones, encantado con el silbato”.

Pero sus hermanos mayores se enteraron del precio que Franklin había pagado. Se percataron de que era mucho más de lo que el silbato realmente valía y se burlaron de él, riendo a carcajadas. Él mismo escribe su reacción a esas burlas, “lloré de humillación”.

Pasaron los años y aquel jovencito se convirtió en un hombre famoso. Lo nombraron embajador ante la poderosa Francia. Al contar el nombramiento, hace mención del hecho de haber pagado demasiado por aquel silbato, “que le produjo más pena que el silbar placer”. Pero Benjamín Franklin, que fue un hombre increíblemente positivo, logró aprender la lección y a la larga le resultó muy barata. “Cuando crecí y entré al mundo, observé a mucha gente que pagaba demasiado por “sus silbatos”. Y lo explicaba así, es esa gente que pierde la proporción del verdadero valor ante situaciones que lo irritan, exagerando en su reacción.

Una persona que le retiró el saludo a un vecino por una discusión sobre unas cuantas hojas secas en el jardín. ¿Será una decisión acertada a la larga? Y lo mismo ocurre cuando se discute sobre política o deportes. He visto enemistarse hermanos por diferencias en esos temas. Un matrimonio que discute acremente por un destapador de refrescos. Un comerciante que se molesta cuando le cobran lo que debe y tiene para pagarlo. ¿No estarán pagando demasiado por “esos silbatos”?

LO NEGATIVO: perder el sentido de la proporción y acabar pagando siempre de más.

LO POSITIVO: ser sensatos en nuestros conflictos diarios. Negarnos a concederles más valor del que realmente tienen.

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