La corrupción es una forma de autodestrucción de los partidos políticos, obviamente, pero el uso de la corrupción como un arma de lucha política lo es aún más. Por ejemplo, cuando el PSOE rompe el pacto anticorrupción con el PP, ayer, por una operación policial contra la corrupción en la que la mayoría de los detenidos y acusados están en la órbita del PP. En una decisión cínica, además de nefasta para los partidos tradicionales, dada la implicación de políticos socialistas, también, en la trama desmantelada.
Y antepongo el uso político de la corrupción a la corrupción misma porque no estamos ante un problema específico de los partidos o de la política. Aunque lo parezca en momentos de escándalos mayúsculos como el descubierto en las últimas horas. Es un problema de la naturaleza humana, como la delincuencia en general, por lo que afecta de forma muy parecida a todas las ideologías y partidos. Y es proporcional al grado de poder, sencillamente, independientemente de quienes lo ocupen.
Y, por supuesto, afecta de la misma manera a todas las clases sociales, y ni la clase trabajadora es pura, como soñaba la utopía comunista, ni los ricos roban menos, como ha supuesto parte del liberalismo. No hay más que repasar algunos de los nombres del escándalo de las tarjetas de Caja Madrid.Y aunque todo lo anterior está avalado por los datos, parte de los efectos destructivos de la corrupción se debe a que muchos hacen caso omiso de esos datos, comenzando por los propios partidos y siguiendo por los medios de comunicación. Los partidos tradicionales, porque se niegan una y otra vez a reconocer que la corrupción es proporcional al grado de poder y no a la ideología. Y los nuevos partidos, porque mienten a los ciudadanos sobre una pureza que solo está determinada por su falta de poder. (Continuará). (ABC)
