24/04/2025
07:56 PM

Combinación imposible

Roger Martínez

Platicaba, la semana pasada, con un pequeño grupo de gente joven sobre el inevitable paso de los años y de cómo una de las cosas que más se echaba de menos después de alcanzada cierta edad era el vigor, la fuerza. Si hasta hace pocos años fácilmente se levantaba determinado peso, el esfuerzo que ahora debía hacerse era notablemente mayor y, a veces, producía cierta frustración, cierta autocompasión. Luego hablamos sobre las ventajas que la madurez contrae, y les mencioné, por ejemplo, de cómo se adquiere mayor y mejor perspectiva para valorar las cosas, las personas y los acontecimientos, cómo va desapareciendo aquello que suele llamarse “respetos humanos”, y, por lo mismo, se llega a ser más auténtico, más uno mismo, y cada vez es menos necesario quedar bien con los demás, aparentar, esconder los naturales defectos. Luego de un rato de conversación concluimos que es una verdadera lástima que no pueda mantenerse la energía de la juventud mientras se adquiere la experiencia y la sabiduría de la madurez, ya que esa es una combinación que no existe, una combinación imposible.

Ya a solas pensé cómo mientras uno es jovencito se cree inmortal, eterno. Cómo puede pasar la noche entera leyendo o trabajando en un proyecto exigido por los estudios o, simplemente, divirtiéndose con los amigos y, sin casi pegar pestañas, luego ir a clase o a trabajar sin que el cuerpo se resienta tanto y, a lo largo de día, soltar apenas un par de bostezos. Luego de unos años, las horas de sueño se calculan cada noche antes de irse a la cama y se valora el descanso como algo vital, porque lo es.

El transcurrir del tiempo nos provoca a todos ese “síndrome de Odiseo”, ese deseo de volver al hogar de origen, como el de Ulises cuando retornaba a Ítaca. Y así como él que, luego de 20 años de ausencia, se encontró con una realidad distinta a la que había dejado, nos toca muchas veces volver a la ciudad en la que crecimos y para visitar a algunas personas queridas tener que ir al cementerio, o apenas reconocer, por debajo de las canas o de las arrugas, a los compañeros de la escuela o del colegio, a las muchachas bonitas, que lo siguen siendo, pero bajo otros parámetros.

La clave está en aceptar con elegancia el ineludible paso del tiempo y valorar lo conseguido en esos años. Lo importante es que la masa muscular perdida se compense con conocimiento, con sabiduría, con madurez verdadera, con serenidad, con perspectiva.