Examinemos rápidamente cinco razones para votar por Donald Trump.
1. ¿Quién necesita experiencia para ser presidente?
Es verdad que Trump tiene menos experiencia en el servicio público que cualquier otro presidente en la historia de Estados Unidos, pero el conocimiento está sobrevaluado. Quizá el Partido de los Ignorantes del siglo XIX captó esta idea en su nombre. Y Trump es la apoteosis de la ignorancia. A lo largo de toda mi carrera periodística jamás había visto a un candidato tan mal informado, evasivo y pueril como Donald Trump.
¡Probemos la puerilidad para variar! ¿Qué puede salir mal?
Oh, ¿las armas nucleares, dice usted? Bueno, otros países nos pisotean porque confían en que vamos a ser razonables. Por ejemplo, en una disputa comercial con Canadá obtendríamos resultados mucho mejores si los canadienses temieran que Trump podría incinerar Ottawa. Y aunque algo saliera mal, ¿qué importa? Hay muchas otras cosas en Canadá.
Miren, nadie se mete con Kim Jong-un de Corea del Norte, pues es un tipo loco y sin experiencia pero que tiene armas nucleares. Con Trump, tendríamos a nuestro Kim Jong-un.
2. Hemos aceptado que los líderes no necesitan ser santos.
Entonces, ¿por qué no aceptar a un dechado de fraude? Con su experiencia en defraudar a los estudiantes de la Universidad Trump, quizá hasta podríamos financiar al gobierno defraudando a los turistas extranjeros.
Claro, es un poco incómodo que Trump se jacte de atacar sexualmente a las mujeres y que haya sido acusado por 17 mujeres de haberlas manoseado y otras conductas indebidas; y yo conozco a otras tres mujeres con la misma queja pero que no se han atrevido a acusarlo en público. En las reuniones del grupo de los Ocho, Trump tendría que sentarse muy lejos de las mujeres. Pero podría romper el hielo con los hombres hablando mal del trasero de Angela Merkel.
¡Basta de hipocresía y moralismo de los fallidos medios informativos! ¡Es tiempo de sacudir un poco las cosas con un depredador sexual!
3. Trump podría llegar a ser el presidente más entretenido de la historia.
Si Hillary Clinton es elegida, va a pronunciar discursos serios y académicos sobre los beneficios de elevar los créditos fiscales o de aumentar el salario mínimo. Bostezo. En cambio, Trump insultaría a estadistas extranjeros, se metería sin previo aviso a los vestidores de los concursos de belleza y se mofaría del ciclo menstrual de las mujeres que lo criticaran. Sería el programa de televisión más apasionante de la historia.
Y al margen de lo que podamos pensar de las políticas de Trump, hay que admitir que ningún presidente tendría mejores escándalos por los micrófonos encendidos.
Así pues, en estos tiempos en que mucha gente está cancelando su suscripción a la televisión por cable, en que HBO está fuera del alcance de millones de personas, la presidencia de Trump nos mantendría divertidos a todos, con el Jesús en la boca o al menos entretenidos. Hasta el apocalipsis nuclear, después del cual todos estaremos muertos de todos modos.
4. La diversidad es importante y Trump abarca a los extremistas.
Muchas personas inquietas por el cambio demográfico se quejan de que han sido desposeídas. Trump habla por esos grupos oprimidos, formados por hombres blancos.
Los políticos cobardes suelen detenerse en el apoyo de la clase trabajadora blanca, pero Trump llega a donde los demás no se atreven: él ha abanderado a quienes habían sido descartados de la política, los supremacistas blancos. ¿Qué otro candidato ha retuiteado en dos ocasiones una cuenta del “genocidio blanco” con la foto del fundador del partido nazi de Estados Unidos? Con audacia, Trump ha facultado incluso a uno de los grupos más marginados en Estados Unidos actualmente: el Ku Klux Klan, cuyo periódico le dio su más cálido apoyo esta semana.
Expresar el enojo puede ser una catarsis y Trump nos da licencia para odiar de nuevo. Deja que los estadounidenses hagan a un lado la melcochosa corrección política, también conocida como “respeto mutuo” y “tejido social”, y que dejen salir a su guardia de asalto interno. Por fin tenemos a un político con el valor y la inclusividad necesarios para llegarles incluso a los grupos de odio.
5. Donald Trump entiende que nuestro cerebro moderno es lo que nos frena.
En el fondo de la cabeza, apoyado en la médula espinal, se encuentra lo que los científicos llaman nuestro “cerebro reptiliano”. En términos evolutivos, esa es la parte más antigua del cerebro y rige los instintos primitivos, como el hambre, el deseo sexual y el miedo. Es el que suscita la reacción de luchar o huir.
Ese cerebro reptiliano ha sido actualizado con la corteza cerebral y otros componentes del cerebro moderno que son el asiento de la razón. Pero Trump se los brinca. Los neurólogos han observado que él predica directamente a nuestra lagartija interna.
“Sí experimentamos una aprehensión primitiva que surge de nuestro cerebro reptiliano”, me dice Steven Pinker, profesor de psicología en Harvard, pero la seguimos interpretando en función de nuestro sistema de creencias. El mundo moderno ha creado la ciencia, el periodismo, el sistema de leyes e instituciones similares para controlar nuestros impulsos primitivos. Pero Trump arrasa con todo eso.
El cerebro reptiliano evolucionó para estar muy alerta a los peligros, lo que salvaba la vida en la época de los pterodáctilos. Trump activa esos instintos vigilantes, explica Pinker, y los canaliza hacia los circuitos interpretativos más primitivos de la corteza cerebral, los que están arraigados en el tribalismo. Y así, él quiere que estemos con él para hacer chivos expiatorios de musulmanes, refugiados, violadores mexicanos y matones negros.
Esta elección histórica nos presenta una decisión: decidir si emitiremos nuestro voto con el cerebro reptiliano o el cerebro humano. O por decirlo de otro modo, ¿somos reptiles instintivos y asustados o humanos pensantes y matizados?
© The New York Times
