19/04/2024
12:32 AM

Celebración por Vargas Llosa

Juan Ramón Martínez

Formo parte de los hombres de letras que celebramos el ingreso de Mario Vargas Llosa a la Academia Francesa. Tanto por el hecho de ser el primero de los latinoamericanos que lo hace, como porque su obra tiene características extraordinarias, de calidad indudable, fruto de un hombre fiel a su vocación y que ha hecho del oficio una actividad disciplinada a la cual ha sacrificado todos los demás deseos que como ciudadano y demócrata ha enfrentado. Por supuesto, comprendo el ejercicio desbocado de la miseria humana, de la vocación por la negación del éxito ajeno; y la mezquindad de los que rechazan la grandeza ajena porque no son parte de su pandilla, acusándole – desde aquí, de esta Honduras donde todos nos conocemos y sabemos por dónde nos entra el aire— de fujimorista, porque ante un inútil como Pedro Castillo optó por la menos peor: Keiko Fujimori; porque “no quiere a los indígenas peruanos” y, porque escribió en contra del “Presidente Gonzalo” y su banda que tenía, como nombre una expresión china, “Sendero Luminoso”. Es simplemente, el ejercicio de la descalificación, el sufrimiento por el éxito ajeno, el manejo de la doble moral – mis amigos, aunque inútiles e inmorales son buenos delincuentes y los santos y nobles enemigos son habitantes de los infiernos que hay que devolver a las llamas eternas de los teólogos que nunca leyeron a Spinoza o a Borges. Pero también es el manejo de unas categorías escolásticas: más que las obras, los resultados, lo que vale – según estos críticos que han renunciado a la creatividad, incluso declarándose falsamente herederos de la dialéctica marxista— es la autoridad; y, más que esta, la lealtad ideológica, la pertenencia a la tribu de lo que son prisioneros porque incluso, han renunciado a la posibilidad de rebelarse.

Vargas Llosa, además de su extraordinario talento, igual que Asturias, Neruda, Paz, Vallejo, Carpentier, Arguedas, Cabrera Infante, Cortázar, García Márquez, Reynaldo Arenas, Gabriela Mistral, Padura, Escoto y Zoe Valdez, muestra compromiso con su vocación, disciplina para el trabajo y capacidad para producir posiblemente la obra más copiosa que se tiene memoria en toda la historia de la literatura del continente.

Pero si esto no bastara, hay que decir que Vargas Llosa tiene, como ninguno otro de sus contemporáneos, la valentía para en el ejercicio crítico, capacidad y fuerza para enfrentar los totalitarismos, animándonos para que podamos controlar al leviatán rabioso; y, derribar los tribunales de Kafka, poder que amenaza y que impide el ejercicio de la libertad. Valiente hasta la temeridad, ha enfrentado como ninguno otro a los dictadores, individuales o institucionales, desde Castro hasta el PRI al que calificó como “dictadura perfecta”, redondeando sus posturas críticas a los gobernantes irresponsables de México, Colombia, Chile y Honduras por su apoyo a un aprendiz de dictador como Pedro Castillo, prisionero de un sistema judicial impecable como el peruano.

Como latinoamericano siento orgullo por el triunfo de Vargas Llosa. Y como admirador suyo, celebro su ingreso a la Academia Francesa y comparto la totalidad de su discurso, especialmente sus tesis originales – comprobadas por la realidad —que la libertad produjo a la novela y que, en este ejercicio, es donde se defiende la democracia. Porque, sin democracia no hay libertad; y, sin libertad no hay creación literaria; ni novelas con paraísos que nos permitan soñarlos.

Desde este país orillero, de alfabetizados acostumbrados a la obediencia circense de los caudillos, celebro que uno de los nuestros, un hermano peruano – compatriota de Bermúdez, amigo de Morazán en sus desgracias— sus éxitos y sus honores, en el sentimiento que, cuando uno de los nuestros es honrado, nos honramos todos los latinoamericanos.

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