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Benedicto XVI, un gran papa católico

  • 11 enero 2023 /

La renuncia del trono de San Pedro, del obispado de Roma y la Jefatura del Estado Vaticano, me impresionó de forma tal que, lo recuerdo y tengo presente, como la muerte de Kennedy, la llegada del hombre a la Luna, la guerra contra El Salvador, la caída de Villeda Morales, el golpe contra Allende y el nacimiento de mis seis hijos.

La explicación, la singularidad del personaje, lo inusitado del hecho; y la ausencia de precedentes inmediatos. Su muerte, su renuncia, su fe sin fisuras y su confianza en la vida eterna que no tengo, me impresionan.

Porque, desde mi condición, Ratzinger es el primer papa que está a la altura de San Agustín y San Buenaventura, como teólogo, solo para poner dos ejemplos.

Y porque es el único líder de los católicos, con la responsabilidad por la verdad que, puso en claro, los problemas de la Iglesia, sus debilidades y la existencia de una privilegiada curia romana que quiere ser democrática, aunque se comporta como parte de una monarquía cerrada. Una absoluta contradicción.

Mientras Ratzinger enfrentó a las facciones que se le oponían, tuvo el valor cristiano de asumir sus debilidades, apreciar que no podría tener éxito y que la fuerza del cristianismo debía producir una persona que le sustituyera, renunció.

Por ello, nos dio la prueba máxima: la honesta disposición para sacrificarse, sin reclamo alguno, cuando se dio cuenta que los “lobos” eran más fuertes; y que no era capaz de enfrentarlos. No fue y nunca lo pretendió, ser un administrador o un pastor.

Fue un hombre de enorme lucidez intelectual, consciente de sus limitaciones que desde la tarea de buscar a Dios en el mundo, descubrió que este último esquivaba su presencia; y, en nombre del relativismo impulsivo, ha conseguido prescindir del Creador, hacer lo que le piden sus instintos; y disimular sus responsabilidades.

Por ello su pontificado, que me resisto a calificar como de derecha, porque estos criterios no son aplicables, fue uno de toma de conciencia de los problemas, de afirmación de posturas para enfrentarlos; y, capacidad para imaginar las alternativas para crear nuevos escenarios para los dos problemas del catolicismo: la desromanización de la estructura imperial, por una catolicidad coherente con su pasado; y la colocación de la curia al servicio de la Iglesia universal.

El papa Francisco, al emitir a nueva Constitución Apostólica, apunta en la primera dirección y sus esfuerzos para que la orilla domine la periferia en el colegio cardenalicio, asegure la continuidad de las reformas.

Ahora que Ratzinger ha muerto, santa y pacíficamente, con la humildad del que no reclama nada, ni siquiera una santidad que de repente no necesita, hace falta que Francisco apure el paso y avance en la dirección de las reformas que ponga al catolicismo, incapaz de cambiar al mundo, en el corazón del mundo, para que desde adentro provocar el reencuentro con Dios, que no ha muerto, no está enfermo; ni dormido, sino que esperando que los humanos, en el ejercicio de la libertad, invoquemos su compañía y vayamos a su encuentro para ir retomando los valores cristianos, podamos recuperar el control de nuestras pasiones, mediante el imperio de una razón y una fraterna conducta en que todos nos sintamos hermanos para construir el pueblo de Dios.

El encuentro de Ratzinger con Dios da libertad y confianza.

Ante su muerte, quisiera tener su fe, su fuerza y valentía para dejar las tareas en las que soy incompetente; y seguridad que el Padre me invite a su lado hasta el fin de los tiempos.

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