Por: Miriam Jordan/The New York Times
SANTA ANA, California — Antes del amanecer del 21 de junio, Narciso Barranco cargó su desbrozadora, podadora de césped y sopladora de hojas en su camioneta. Tenía el encargo del paisajismo de tres restaurantes y luego siete casas. Su objetivo era terminar a tiempo para cocinar la cena con su esposa, Martha Hernandez.
Era una fresca mañana de sábado en Tustin, California, al sur de Los Ángeles. Después de terminar de trabajar en el primer restaurante, Barranco se detuvo a comprar queso blanco fresco. Regresó a casa y lo dejó en la cocina para Hernández antes de dirigirse a otro restaurante en Santa Ana.
No le prestó atención al Home Depot, una tienda de mejoras para el hogar al otro lado del estacionamiento. Más tarde, lamentaría haberlo hecho.
Durante décadas se han reunido migrantes afuera de la tienda con la esperanza de que algún contratista o propietario les ofrezca un día de trabajo. Pero bajo la ofensiva inmigratoria del Presidente Donald J. Trump, Home Depot se ha convertido en un blanco de los agentes federales bajo presión para detener a personas como Barranco, quien cruzó la frontera desde México hace más de 30 años.
Barranco, de 48 años, estaba eliminando la maleza entre los arbustos cuando hombres encapuchados se le echaron encima. Levantó la cabeza de su desbrozadora mientras se hacía para atrás. Las autoridades dirían que creían que los estaba atacando; la familia de Barranco dijo que estaba asustado y que sólo intentaba huir. Pero en una publicación en redes sociales, el Departamento de Seguridad Nacional de EU citaría ese momento para justificar lo que sucedió después.
El recuerdo de Barranco de su arresto es fragmentario: el escozor del gas pimienta; los agentes federales inmovilizándolo contra el pavimento; sus golpes implacables; el dolor que irradiaba de su hombro izquierdo.
No negó hallarse ilegalmente en el País. Aun así, defendió su caso ante los agentes mientras le retorcían los brazos a la espalda. “Tengo tres hijos en la Infantería de Marina”, recordó haber dicho en inglés. ¿Acaso eso no contaba para algo?
Libertad condicional
El arresto de Barranco se convirtió rápidamente en un punto de apoyo para quienes creen que las deportaciones han ido demasiado lejos. Barranco, un hombre delgado y de carácter reservado, no tenía antecedentes penales.
Sus tres hijos son ciudadanos estadounidenses, nacidos en California. Alejandro, de 25 años, era ingeniero de combate y fue desplegado en Afganistán para ayudar con la retirada estadounidense. Jose Luis, de 23 años, fue dado de baja del servicio militar el mes pasado y planea estudiar enfermería. Emanuel, de 21 años, sigue en la Infantería de Marina, destacamentado en San Diego. Sus hijos podrían haberlo patrocinado para obtener una tarjeta de residencia permanente, pero se desanimaron por el tiempo que tomaría y los miles de dólares que costaría.
Hernández, esposa de Barranco y madrastra de los tres jóvenes, también es ciudadana estadounidense.
Después de que los agentes sometieron a Barranco, lo metieron a empujones, con las manos esposadas a la espalda, en un vehículo sin identificación. Lo trasladaron a una camioneta con otro inmigrante que dijo haber sido tomado al salir del Home Depot.
Para el anochecer, Barranco estaba hacinado en un sótano constantemente iluminado en Los Ángeles con otros 70 hombres.
Barranco dejó un emotivo mensaje de voz para Alejandro, informándole que había sido arrestado y que no sabía dónde se encontraba.
Dos días después, tras localizar a su padre, Alejandro condujo hasta Los Ángeles y esperó casi cuatro horas para verlo, sólo para ser rechazado al terminar el horario de visita.
Cuando Alejandro finalmente vio a su padre al día siguiente, Barranco estaba desaliñado y sucio. Padre e hijo se encontraron del otro lado de una mampara de cristal.
“Mi padre lucía derrotado”, recordó Alejandro, quien intentó asegurarle a su padre que la familia se estaba encargando de todo.
Al día siguiente, Barranco fue trasladado a un centro de detención privado en el desierto, a unas dos horas de distancia.
Barranco nació en un pueblo de México, uno de cinco hijos que subsistían del maíz, los frijoles, la calabaza y los tomates que cultivaban.
En 1994, caminó hasta la frontera y pasó por la frontera sin ser detectado en Arizona. Llegó a California y empezó a aceptar cualquier trabajo que hubiera, en construcción, restaurantes y paisajismo.
Se casó y nacieron tres hijos, el primero en 1999.
Barranco y su primera esposa se divorciaron en el 2015. Unos años más tarde, conoció a Hernandez, entonces de 58 años. Floreció una amistad.
“Yo me sentía sola; él se sentía solo”, dijo Hernandez, viuda y con hijos ya mayores. Se casaron en el 2023.
Tras el arresto de Barranco, se viralizaron videos grabados por testigos. Los videos muestran a agentes mirándolo en el suelo y a otros sujetándolo. Un agente lo golpea repetidamente en la cabeza, el cuello y el hombro izquierdo mientras gime. Los agentes lo obligan a subir a una camioneta con la ayuda de una barra de metal.
Barranco recuerda haber sido trasladado al centro de detención de inmigrantes en Adelanto, California, con un hombre asiático, un hombre africano y un compatriota latino. Llegaron a la cárcel, con capacidad para casi 2 mil inmigrantes, antes del amanecer y esperaron todo el día para ser procesados.
Lisa Ramirez, su abogada de inmigración, presentó una solicitud al Gobierno para obtener “libertad condicional en el lugar”, un programa que permite a los padres de militares estadounidenses permanecer legalmente en el País y trabajar mientras esperan la aprobación de la residencia permanente.
Barranco tuvo su audiencia tras 19 días en prisión. El Gobierno solicitó al juez que lo mantuviera en libertad sin fianza, como es habitual. Ramirez solicitó al juez su liberación bajo la fianza mínima de mil 500 dólares, argumentando que tenía tres hijos militares nacidos en Estados Unidos y que no existía riesgo de fuga. El fiscal solicitó una fianza de 13 mil dólares. El juez la fijó en 3 mil dólares.
Desde su liberación, Barranco ha permanecido la mayor parte del tiempo en casa, saliendo los domingos para ir a la iglesia.
A las 8:00 horas todos los días, se conecta a una clase de inglés en línea de dos horas. El grillete electrónico que le colocaron antes de salir de Adelanto le fue retirado. Pero tres veces por semana debe presentarse ante el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE).
Hasta mediados de septiembre, su abogada aún no había recibido confirmación del Gobierno de que su solicitud de libertad condicional estaba siendo revisada.
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