Por: Jason Horowitz, Emma Bubola, Elizabeth Dias y Patricia Mazzei/The New York Times
CIUDAD DEL VATICANO — Los cardenales que elegían a un nuevo Papa para dirigir la Iglesia Católica dejaron la Capilla Sixtina exhaustos y hambrientos.
Una meditación para iniciar el cónclave se había prolongado y retrasó su primera votación hasta bien entrada la noche del 7 de mayo. Resultó en un recuento sin claro ganador, con tres contendientes principales.
Durante la cena, los cardenales sopesaron sus opciones. El Cardenal Pietro Parolin, de 70 años, el italiano que operó el Vaticano bajo el Papa Francisco, había ingresado al cónclave como favorito, pero no había recibido un apoyo abrumador durante la votación. El Cardenal Peter Erdo de Hungría, de 72 años, respaldado por una coalición de conservadores que incluía a algunos partidarios africanos, no tenía forma de generar masa crítica en un electorado ampliamente designado por Francisco.
Eso dejó al Cardenal Robert Francis Prevost, de 69 años —un callado estadounidense que, sorprendentemente, emergió en la votación— como una fuente de particular interés.
Misionero convertido en líder de una orden religiosa, en Obispo peruano y en figura influyente del Vaticano, cumplía con muchos de los criterios que buscaba una amplia variedad de Cardenales. Su aparente capacidad para provenir de dos lugares a la vez —Norte y Sudamérica— complació a Cardenales de dos continentes. Al conversar con los Cardenales latinoamericanos que lo conocían bien, los prelados quedaron satisfechos con lo que escucharon.
A la mañana siguiente, el Cardenal Prevost se había transformado en una fuerza imprevista que a final de cuentas dejó poco margen para candidaturas y bandos ideológicos rivales.
Entrevistas con más de una docena de Cardenales, quienes solo podían divulgar una parte limitada debido a las normas de secreto que conllevan la pena de excomunión, y relatos de personas cercanas al Vaticano, contaron la historia de cómo el Cardenal Prevost se convirtió en el Papa León XIV. El consenso veloz, impactante y demoledor de tabúes en torno a un estadounidense desconocido para muchos fuera de la Iglesia se produjo el 8 de mayo.
Tras la muerte de Francisco el 21 de abril, Cardenales de todo el mundo comenzaron a llegar a Roma. El Cardenal Prevost llevaba menos de dos años como Cardenal y no contaba con el reconocimiento de nombre considerado necesario en una elección entre tantos Cardenales nuevos que apenas se conocían entre sí.
“Yo ni lo conocía de nombre”, dijo el Cardenal Pablo Virgilio Siongco David, de Filipinas.
Pero el Cardenal Prevost no era un total desconocido. Como ex líder de la Orden de San Agustín, que opera a nivel mundial, y como jefe de la oficina del Vaticano que supervisa a los Obispos del mundo, había desarrollado poderosos contactos y partidarios. El primero de ellos fue Francisco, quien impulsó su trayectoria. Y sus décadas en Perú, su español fluido y su liderazgo de la Comisión Pontificia para América Latina le brindaron profundas relaciones en la región.
“Casi todos lo conocemos”, dijo el Cardenal Baltazar Enrique Porras Cardozo, de Venezuela. “Es uno de nosotros”.

En las semanas previas al cónclave, los Cardenales participaron en reuniones privadas para explorar sus preocupaciones sobre el futuro de la iglesia. Varios Cardenales dijeron que los comentarios del Cardenal Prevost no destacaron. “Como todos los demás”, dijo el Cardenal Juan José Omella Omella, de España.
Pero otros Cardenales, incluyendo al Cardenal Wilton Gregory, de Estados Unidos, afirmaron que el Cardenal Prevost había participado con bastante eficacia en debates en grupos más reducidos con otros Cardenales. Esos escenarios más íntimos potenciaban las virtudes del Cardenal Prevost, ya que se había ganado la reputación de ser un colaborador diligente, colegial y organizado.
Mientras más conocían los Cardenales sobre el Cardenal Prevost, más les gustaba, comentaron los Cardenales. El Cardenal Vincent Nichols, de Inglaterra, afirmó que el Cardenal Prevost poseía mucha de la experiencia que buscaban: tenía alma de misionero, gran erudición y un profundo conocimiento del mundo. Había dirigido una diócesis como Obispo, lo que lo colocó en estrecho contacto con los feligreses, pero también había trabajado en la Curia, la burocracia romana que ayuda a gobernar la Iglesia.
Tras la primera votación, mientras los Cardenales regresaban a la casa de huéspedes y debatían las fortalezas y debilidades de los candidatos, el panorama para el Cardenal Prevost parecía cada vez más positivo.
Las votaciones de la mañana siguiente —la segunda y la tercera— aclararon las cosas.
“En la cuarta votación, los votos mayoritariamente se inclinaron” hacia el Cardenal Prevost, declaró el Cardenal Lazarus You Heung-sik, de Corea del Sur.
El Cardenal Luis Antonio Gokim Tagle, de Filipinas, notó que el Cardenal Prevost daba respiraciones profundas mientras los votos se acumulaban a su favor.
“Le pregunté: ‘¿Quieres un dulce?’ y me dijo: ‘Sí’”, relató el Cardenal Tagle.
Durante una de las votaciones, mientras sostenía su papeleta en el aire y la colocaba en la urna, el Cardenal Joseph W. Tobin, de Nueva Jersey, se volvió y miró al Cardenal Prevost, a quien tenía unos 30 años de conocer.
“Miré a Bob, y tenía la cabeza entre las manos”, dijo el Cardenal Tobin.
Más tarde, volvieron a votar y luego contaron las papeletas. Cuando el Cardenal Prevost alcanzó los 89 votos, la mayoría de dos tercios necesaria para convertirse en Papa, la sala estalló en una ovación de pie.
“¡Y permaneció sentado!”, dijo el Cardenal David, de Filipinas. “Alguien tuvo que ponerlo de pie. Se nos saltaron las lágrimas”.
Aie Balagtas See, Josephine de La Bruyère y Choe Sang-Hun contribuyeron con reportes.
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