La plaga que no cesa azota Haití. Sin compasión. El miedo recorre todo el país y los contagios por la epidemia del cólera se multiplican, más de 500 cada día.
Pero hay un lugar, entre el aeropuerto y el populoso barrio de Cité Soleil, donde se respira esperanza. Estamos en Sarthe, el hospital de campaña que Médicos Sin Fronteras, MSF ha levantado en un par de días. Aquí la solidaridad le ha ganado el pulso, de momento, al pánico de un pueblo desesperado.
“El miedo fue clave los primeros días”, desvela Virginie Caudelier, encargada del pabellón de enfermos graves de cólera de Sarthe. “Esta epidemia desapareció de Haití hace 100 años. Los aspirantes médicos no la conocían y tenían mucho miedo a intervenir”, reseña.
Cerca de ella varias enfermeras atienden a los enfermos, desnudos sobre las camas antiepidemia, que cuentan con un agujero redondo en medio para las evacuaciones. Debajo, un cubo. Las enfermeras ya no tienen miedo.
Tampoco Gaetacha Dotes se dejó atrapar por el pánico: “¿Miedo? ¡No! No creo en la muerte. Sólo creo en Dios”. Esta mujer de 30 años narra su historia como si hubiera transcurrido mucho tiempo. Todo comenzó hace ocho días. “Mi hijo estaba muy débil y le llevamos al hospital. Pero la enfermedad también me chocó a mí”, relata esta vecina de Cité Soleil sin levantarse de su camastro y cubriendo su cuerpo desnudo con una sábana verde.
“Esta enfermedad se caontagia fácilmente, pero tiene un buen tratamiento”, confirma Cauderlier. Hidratación intravenosa y antibióticos recuperan en unos días a unos pacientes que cuando llegan al hospital parecen marionetas sin cuerdas. “La clave es la higiene, lavarse constantemente las manos”, insiste este ángel francés, que dirige su equipo sin que se atisbe una sola duda en sus actos.
La doctora de MSF evita discutir el origen de la enfermedad, que casi todo el país achaca a los soldados nepalíes de la ONU y que ha azuzado las protestas de estos días contra el presidente Preval y los cascos azules, cuando sólo falta una semana para las elecciones presidenciales. El Centro para Control y Prevención de Enfermedades de EUA dio algo de luz ayer a este debate: la cepa del cólera de Haití ha sido hallada anteriormente en Asia y es parte de una pandemia mundial que comenzó hace 49 años. “Es probable que la bacteria llegara a Haití a través de un único caso”.
Y es que el cólera representa una tormenta perfecta para Haití. Las torrenciales lluvias del huracán Tomas agravaron y expandieron una epidemia que creció desde el hacinamiento provocado por el terremoto, la terrible suciedad ambiental, la ausencia de alcantarillas y de agua potable.
Las cifras crecen y crecen: 1,186 muertes, 49,418 atendidos y 19,646 hospitalizados. Según las más pesimistas estimaciones, pueden fallecer más de 10,000 personas en los próximos meses.
Médicos Sin Fronteras, que ha asumido el gran peso de la lucha contra la epidemia, realizó ayer un llamamiento desesperado: “No hay más tiempo para perder en reuniones. Hay que proveer agua potable, construir letrinas, remover deshechos y tranquilizar a una población aterrorizada”.
La superstición y el vudú han elevado el número de víctimas de la epidemia, que necesita la rápida intervención de los facultativos. Los brebajes de hierbas y los hechizos no hacen otra cosa que agravar la salud de los enfermos.
Y también el terror, que congela el ánimo de los otrora valientes.
John Wood, de 14 años, se retuerce entre espasmos. No controla su cuerpo. Vomita y defeca sin control, la principal evidencia de los contagiados de cólera.
Se le escapa la vida. Veinte personas le rodean, sin atreverse a intervenir. Todos ellos conviven en el gigantesco Campo de Marte, miles de desplazados junto al Palacio Presidencial. Nadie ayuda a John. Impresiona ver cómo un joven fuerte, huérfano desde el terremoto del 12 de enero, es incapaz de mantenerse de pie. Hasta que llega Mita Celestin.
La joven de 17 años increpa a los presentes. “¡Vamos a ayudarle, vamos a ayudarle!”, grita contra el silencio. Nadie responde. Pero ella sí es una mujer valiente. Sabe que la vida de John, que puede perder hasta 20 litros de líquido en sólo 24 horas, depende ahora de ella. Se lanza por el enfermo y le acarrea a sus espaldas, rebosante de determinación. Y emprende el camino hacia el cercano Hospital General. Hacia su salvación.