Con el mar azulado y la pesca autorizada, a los habitantes de Venice -al extremo sur de Luisiana- les gustaría que todo volviera a ser como antes de que llegara la marea negra, pero los turistas se han marchado y los restaurantes sirven camarones importados de China.
Bill Butler y su hijo Dylan acaban de sacar del agua 30 kilos de camarones. “Sería mejor que los desmenuzaras con las dos manos, niño, o te vas a pasar todo el día”, dice Bill.
“Tengo mi manera de hacerlo”, responde Dylan. La mercancía del día no está destinada a ser vendida y terminará en el congelador familiar.
Cuando llegó la marea negra, Butler se vio obligado a cerrar su comercio, y si bien las 30 habitaciones de su hotel están llenas, los huéspedes son empleados que trabajan en las operaciones de limpieza para la compañía británica BP.
Cuando los empleados de limpieza se vayan, Bill Butler espera volver a abrir su comercio para recibir a los turistas.
“La marea negra no es tan terrible como dieron a entender los medios”, explica Butler. “La cantidad de petróleo que se expandió, es como una mosquita en el trasero de un elefante”, agrega.
Desempleo
Chris Callaway, capitán de un barco que lleva a los turistas a pescar, no ha tenido clientes desde mediados de abril, justo antes de la explosión de la plataforma Deepwater Horizon, administrada por BP, que provocó el peor derrame de crudo en la historia de Estados Unidos.
El fin de semana pasado salieron sólo trece barcos desde el puerto de Venice, mientras que en un fin de semana normal de fines de julio salían unos 200.
“La gente tiene la impresión de que todo está cubierto de petróleo aquí”, dice Chris. “Pero no es verdad. Uno puede pasearse todo el día sin encontrar nada”.
Desde que se volvió a autorizar la pesca en la zona hace tres semanas, Chris Callaway sale al golfo cada dos o tres días. Pescó rescazas y camarones, entre otras peces. Las advertencias de los ecologistas respecto a los peligros de lo dispersado por BP para destruir las napas de petróleo no lo inquietan.
“Tiene gusto a pescado”, afirma. “Todavía no me he muerto. Si el Gobierno me dice que no debo consumir, no comeré más. Pero mientras tanto no dejaré de hacerlo. Ellos son los expertos, yo soy pescador”.
Joe Riotto es uno de los turistas que no se acobardaron por la marea negra. Llegó el martes con su familia desde el vecino Misisipi, donde estudia su hija. La familia aprovechó para venir a ver la catástrofe con sus propios ojos.
Los Riotto se toman una foto cerca de la pancarta instalada al borde la ruta que anuncia: “Bienvenido, ha alcanzado el punto más meridional de Luisiana, puerta de entrada al golfo”.
Buscan un restaurante para comer camarones y no se hacen problema por lo que vayan a encontrar en sus platos. “Los restaurantes no ofrecen camarones si no están en buen estado”, afirma Joe. “Las personas de aquí son estadounidenses honestos. No mienten respecto a este tema”.
En el restaurante Riverside, la camarera, Jamie Williams, espera volver a ofrecer los productos de pesca local este mes. Pero desde la llegada de la marea negra, sirve frutos de mar de otros orígenes, incluido China.