Unos pocos residentes del centro de Nueva Orleans se atrevieron a inspeccionar los daños causados por el huracán Katrina. Era el 29 de agosto de 2005 y aún no sabían que el resto de la ciudad había descendido a los infiernos.
Ante la cercanía del poderoso huracán, con vientos de 240 km/h, los cerca de 1.4 millones de habitantes del sur de Luisiana (sur) recibieron la orden de evacuar, pero decenas de miles de ellos no quisieron o no pudieron salir y fueron atrapados por la furia del fenómeno.
Azotados por los vientos y las lluvias torrenciales, los diques alrededor de la ciudad se rompieron.
Las olas gigantes arrancaron de sus cimientos manzanas enteras de casas de madera con ocupantes y todo. Otros perecieron en circunstancias horribles, atrapados en sus áticos por la crecida de las aguas que rápidamente llegaron al borde del Barrio Francés, el centro histórico de esta ciudad famosa en sus buenos tiempos por el jazz y el ambiente de bohemia.
Los hombres llevaron a las mujeres, los niños y los ancianos a los tejados para evitar que se ahogaran.
Pero en el Lower Ninth Ward, la parte más pobre de la ciudad construida en una hondonada y poblada en un 99% por negros, los cuerpos flotaban a la deriva en las aguas de la inundación.
Muchos sobrevivientes fueron trasladados al Superdome, el estadio de fútbol americano, pero allí se encontraron con 10,000 personas que ya habían llegado buscando refugio. Y poco después el sitio también quedó aislado por el agua.
Insuficiente
Los servicios de rescate fueron superados por la magnitud del desastre y la Policía de Nueva Orleans casi desapareció.
El calvario para los sobrevivientes no terminaba y las imágenes de la destrucción, el saqueo y la desesperación dominaban los canales de televisión.
Hasta las autoridades locales se echaron a llorar ante las cámaras pidiendo ayuda.
El entonces presidente George W. Bush personificó la tímida respuesta del Gobierno cuando el 2 de septiembre sobrevoló la ciudad sin poner un pie en tierra.
El ejército fue desplegado con la orden de disparar contra los saqueadores y asumió la evacuación vía aérea de los sobrevivientes dispersos por todas partes.
Seis días después de ocurrido el desastre los militares pudieron evacuar el Superdome.
Cinco años más tarde, zonas enteras de “The Big Easy” (como se apoda a la ciudad) siguen abandonadas y muchos de sus habitantes no han vuelto a una urbe que cambió para siempre.
En el Lower Ninth se aprecia hierba creciendo entre las placas de cemento, y los restos de las casas han desaparecido.
Con los años llegaron nuevas tormentas, que sumadas a la crisis económica han dificultado la reconstrucción de una de las grandes ciudades estadounidenses.
Los turistas han vuelto en buen número, pero la delincuencia ha aumentado y la población de la ciudad es sólo el 80% de lo que era antes de 2005, según cifras oficiales.
Más de 1,500 personas perdieron la vida.