El año pasado China sustituyó a Alemania como principal socio comercial de Sudáfrica. Y en todo el continente, la potencia asiática emergente desplazó a Estados Unidos como primer socio de intercambio.
Pekín invirtió hasta 2009, según la revista “African Business”, más de 100,000 millones de dólares en África. Por ello, todo indica que ha comenzado un nuevo capítulo en la larga historia de influencia extranjera sobre el continente.
Sin embargo, en contra de la idea de una nueva era habla la gran alegría de muchos jefes de Estado africanos ante la ayuda de Pekín. Porque al menos a primera vista los chinos sólo quieren hacer buenos negocios: cómo gobiernen y traten los “hombres fuertes” africanos a su gente y a las minorías, les interesa muy poco.
Por fin se acabó “la intervención imperialista”, se alegran los Mugabe y Al Bashir, cuyos gobiernos totalitarios en Zimbabwe o Sudán no son cuestionados por los pragmáticos políticos de Pekín.
Algunos dictadores africanos usan la ofensiva económica de China de forma muy hábil para estabilizar sus regímenes, si bien nadie duda en el continente más pobre del mundo de la importancia de las inversiones y la ayuda externas. La cuestión es: ¿de quién y bajo qué condiciones?
Tras siglos de conquistas, explotación y esclavitud, no hay otro tema al que los africanos son más sensibles que a la “intervención extranjera”.
Cincuenta años después de que se independizaran muchos de los países, la lúgubre historia del colonialismo y el imperialismo sirve a muchos regímenes como excusa para el retraso y la pobreza, que continúan imperando. En casi todos los países con importantes minorías blancas o asiáticas la desigualdad entre razas es un tema candente con consecuencias políticas explosivas, incluso en la próspera y democrática Sudáfrica.
Británicos, franceses, estadounidenses o alemanes se enfrentan a dos realidades: cada niño africano es consciente de la amarga historia de su continente y a la vez Occidente exige al menos desde el fin de la Guerra Fría de forma vehemente el respeto a los derechos humanos y al Estado de Derecho.
Pese a haber destinado miles de millones en ayuda al desarrollo, el África negra ve a Occidente como responsable de su miseria, y los africanos denuncian con dureza que las naciones industrializadas del G8 ni siquiera cumplen las promesas de sus cumbres.
Por eso, China, y cada vez más también la India y Rusia, tienen menos dificultades para ser aceptadas en el continente de la mala gestión económica y la corrupción. El primer ministro chino, Wen Jiabao, recordó hace poco los años 50 y 60, cuando “China y África lideraron hombro con hombro la lucha histórica contra el imperialismo, el colonialismo y la hegemonía”.
Facilidades
Los chinos han conseguido ganar importancia con una hábil mezcla entre créditos baratos o financiados con materias primas, numerosos proyectos de infraestructura e industria, así como contención política. Y con ello se aseguraron recursos clave como petróleo, gas, mineral de hierro, cobre, bauxita o uranio.
“Nosotros hemos construido 2,200 kilómetros de vías férreas, y 3,300 kilómetros de carreteras, 30 hospitales y 50 escuelas, así como 100 centrales eléctricas”, anunció orgulloso en noviembre pasado Jiabao. China está presente en más de 35 países africanos, en primer término Nigeria, Angola, Sudán y Etiopía. El comercio entre el país asiático y África se duplicó tan sólo en dos años a 106,000 millones de dólares (datos de 2008). Con los proyectos llegan trabajadores chinos y especialistas, pero también comerciantes y médicos, en total se calcula que hay unos 750,000 en todo el continente, según “Business Day”. China se guía en África estrictamente por razones económicas. No se ocupa de que Sudán sea acusado de genocidio, Guinea de disparar contra manifestantes, Zimbabwe de perseguir a la oposición o a la cúpula de Angola de saquear la riqueza petrolera.
“La ayuda de China a África se orienta según las necesidades de África, sin poner condiciones políticas”, subrayó el viceministro de Comercio chino, Chen Jian.
Pekín es acusado -entre otros por los republicanos estadounidenses- de llevar adelante “una nueva política colonial” sin tener en cuenta los derechos humanos, el medio ambiente o la pobreza. La profesora Deborah Brautigam, de la American University de Washington, ha llegado, sin embargo, a otra conclusión. En su opinión, China lleva adelante en África una industrialización según el exitoso modelo chino, exporta incluso puestos de trabajo, si bien en áreas contaminantes como la producción de cuero y la fundición de metales.
Según la experta en temas chinos, aunque no se tenga en cuenta la contaminación ambiental, las condiciones laborales y la participación ciudadana, este camino se ha demostrado exitoso para que China se convirtiera de un país subdesarrollado en uno industrializado. DPA
La invasión china
“Los primeros años del nuevo siglo son testigos de una continuación de los cambios profundos y complejos de la situación internacional y del ulterior avance de la globalización. (...) China, el mayor país en vías de desarrollo del mundo, prosigue el camino del desarrollo pacífico y persigue una política exterior independiente y pacífica. (...) El continente africano, que comprende el mayor número de países en vías de desarrollo, es una fuerza importante para el desarrollo y la paz del mundo.
Las nuevas circunstancias crean nuevas oportunidades para las relaciones entre China y África, tradicionalmente amistosas”. Comienza con estas palabras el documento programático que el gobierno de Pekín presentó el 12 de enero de 2006. Un documento curiosamente titulado
“La política de China en África”, que retrata y al mismo tiempo constituye la punta del iceberg de un fenómeno de gran calado, que dura desde hace años, siempre encima de la mesa, en las reflexiones referidas a África: la penetración china en el continente. La publicación de este documento es aún de mayor valor, pues se trata de un paso no ya raro sino único por parte del gobierno de Pekín. La articulación de una política específica acerca del continente es la segunda de esta clase en toda la historia de la China popular. Sólo en 2003 Pekín preparó algo similar al dejar escrita su política en relación con la Unión Europea.
Pero en el caso de África, la presentación de esta suerte de “libro blanco” sobre las relaciones chinas con el continente se ha visto enmarcada en una apretada red de encuentros, firmas de acuerdos de cooperación económica, visitas oficiales, contratas riquísimas para la construcción de infraestructuras y contratos energéticos multimillonarios. Para ilustrar el documento a la prensa, compareció aquel día el portavoz del ministro de Asuntos Exteriores chino.
Las buenas relaciones entre China y los países africanos no son nuevas. Desde la época de la independización, la Guerra Fría y la No-Alineación, China ha venido tejiendo relaciones diplomáticas importantes con parte de los gobiernos del continente.