Las dos economías más grandes del mundo pasaron los últimos dos años luchando a gran escala con aranceles sobre productos valorados en cientos de miles de millones de dólares.
El presidente estadounidense, Donald Trump, libra esta guerra arancelaria para conseguir que las autoridades chinas pongan fin a las subvenciones estatales, a la transferencia forzosa de tecnologías o incluso al robo de la propiedad intelectual. El guion que ha dominado el conflicto es el de una superpotencia establecida y una que aspira a lograrlo en plena pugna por el poder mundial o, como mínimo, por el pedazo más grande del pastel. Ya aconteció en el siglo XX, pero ahora el escenario principal es el océano Pacífico, y la competición está centrada en la supremacía tecnológica.
El auge del Pacífico como eje central de la geopolítica global se cocinaba desde hace muchos años, especialmente tras la caída de la Unión Soviética y sus Estados satélites y con el crecimiento exponencial de las economías orientales a finales del siglo XX y principios del XXI.
Ahora, con iniciativas como las Nuevas Rutas de la Seda, Pekín trata de ganarse la región, donde la influencia de Estados Unidos es notable, especialmente en países como Corea del Sur, Japón, Australia o Taiwán, vecinos con los que China no guarda buenas relaciones.
Los duros aranceles impuestos por EUA a las exportaciones chinas afectaron la economía a escala global.
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En otras palabras: “Hemos entrado en una nueva guerra fría con China”. El experto ve diferencias en que China está mucho más integrada en la economía mundial que la URSS, aunque también habla de un conflicto ideológico en el que China “ha iniciado una ofensiva contra lo que llama ‘democracia occidental”.
Aun así, otros analistas, especialmente los estadounidenses, prefieren calificarlo de competición comercial por una hegemonía en el futuro, que se enfocará en la ciencia y la tecnología, la economía, la política y la ideología.
La nueva potencia
Con un crecimiento vertiginoso, China se convirtió en la segunda economía del mundo en 2010, adelantando a Japón y solo por detrás de Estados Unidos.La mayor fábrica del mundo ha blandido sus ambiciones militares y se ha posicionado a sí misma como un rival estratégico de Washington.
A mitad de década, China reclamó su posición en el sector tecnológico, trabajando hasta convertirse en un líder mundial en robótica, tecnología de la información y energías renovables. Pekín trata de cambiar de rumbo: ya no está satisfecho con albergar fábricas para producir los bienes de consumo del mundo.
50,000
millones de dólares en productos agrícolas estadounidenses comprará China a EUA como parte del nuevo acuerdo entre la administración de Trump y Xi.
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El líder republicano comenzó una guerra comercial con China, acusándolo de un robo desenfrenado de propiedad intelectual.
“Las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar”, exclamó Trump en 2018.
El mandatario ha impuesto fuertes aranceles sobre los productos chinos, pero Pekín no se amilanó.
El conflicto deprimió el comercio bilateral. Hasta octubre, el comercio en ambos sentidos había caído 9%, a 469,800 millones de dólares, según el Departamento de Comercio estadounidense.
Las exportaciones estadounidenses a China cayeron 15% y las importaciones 9%.
El litigio llevó a una caída general del sector manufacturero, incluido el de Estados Unidos, y generó incertidumbre para las empresas, las cuales han detenido inversiones.
Aunque más lentamente, la economía estadounidense crece por encima de lo esperado. China también se ralentizó y en el tercer trimestre tuvo su expansión más débil en 27 años.
Impacto en América Latina
La batalla comercial entre EUA y China también ha tenido consecuencias devastadoras para la economía mundial y está en la base de la desaceleración económica que vive Latinoamérica, lo que no ha impedido que el país asiático continúe afianzando su relación con la región.El FMI cifró en octubre pasado los efectos de este conflicto indicando que EUA y China crecerán en 2020 ocho décimas menos que en 2018 y arrastrarán consigo al resto del mundo, incluida Latinoamérica, que depende de los flujos internacionales y es muy sensible a la caída de actividad de la economía mundial y del gigante asiático, con el que cada vez tiene más lazos comerciales.
No queremos continuar en una guerra comercial, pero no tenemos miedo a EEUU Xi Jinping, presidente de China
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Pese a que el acuerdo parcial de diciembre de 2019 ha dejado un buen sabor en el final del año, la batalla arancelaria es impredecible y puede causar sobresaltos si se reactivan o anuncian nuevas medidas proteccionistas, como ha ocurrido con la intención de Donald Trump de reimplantar las tasas al acero y al aluminio procedente de Argentina y Brasil.
China no ha ocultado su interés en la región y en 2019 añadió a Perú a la Ruta de la Seda, el plan de inversiones que promueve el gigante asiático del que ya forman parte varios países de la región; mientras empresas chinas ganan grandes contratos como la construcción de la primera línea del Metro de Bogotá, que hará el consorcio APCA Transmimetro.
El Gobierno de Xi Jinping también se ha acercado a El Salvador con grandes donaciones.
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