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Tierra adentro

  • 07 febrero 2010 /

No creo tener el gusto de conocer a Lobo personalmente, pero siempre he tenido un genuino respeto por su trabajo documentalista.

No creo tener el gusto de conocer a Lobo personalmente, pero siempre he tenido un genuino respeto por su trabajo documentalista.

Mucho antes que pensáramos en tomar una cámara para registrar nuestro entorno, ya Edmundo Lobo viajaba por todo el país tratando de capturar la verdadera esencia de Honduras.

De hecho, Lobo pertenece a una especie casi en extinción; la de los honestos trotamundos que quieren cambiar, con una fotografía o un libro, todo el mal que nos rodea.

Sin prisas, pero sin pausas, Lobo lleva muchos años produciendo libros, fotografías y caricaturas; imprimiendo sus verdades.

Con esfuerzo y mucha paciencia, ha soportado las vicisitudes de vivir en un país donde el registro de la historia no es un modus vivendi y debemos reconocer que gracias a él, muchas de esas historias nos pueden mostrar la otra cara de la moneda, la otra versión.

Poco se sabe de él a través de los medios masivos. Gracias a la hoja volante que se distribuye en el museo descubrí que nació en Chile allá por el 47 y que había llegado a Honduras tras la caída de Pinochet.

Con el paso del tiempo, fundó con otras personas el Centro de Comunicación y Capacitación para el Desarrollo, más conocido por Comunica.

Un sinnúmero de proyectos educativos, impresos y audiovisuales han sido creados y publicados desde este centro durante los últimos años, algunos con más estruendo que otros.

Sin embargo, pareciera que eso no parece importarle a Lobo, quien sigue creando muy fiel a sus principios, sin tiempo para el oropel y la fantasía que tanto idolatran otros comunicadores.

El Museo para la Identidad Nacional, MIN, nos abre sus puertas para traernos el trabajo de un fotógrafo que nunca ha desmayado en su amor por Honduras (la exposición ya viajó a España, en donde se presentó en varias ciudades).

De la mano del artista, recorremos, muy adentro, una tierra a través de la distancia y los años. El formato pequeño de las imágenes parece, en un primer vistazo, desmerecer el magnífico espacio de los salones del museo de Tegucigalpa.

Pero una mirada más profunda nos revela otra cara: la fuerza de las obras radica en la sencillez de las escenas capturadas durante el diario vivir nacional. Son, en realidad, detalles cotidianos de nuestra identidad.

Yo creo que Lobo, tras tanto insistir, logró descubrir la única verdad de la fotografía documental: las buenas historias se quedan para siempre en el formato pequeño del corazón.