De cuclillas sobre una piedra, Jorge busca minuciosamente en la arena de una quebrada el sustento para nueve hijos: al menos un gramo de oro que se haya filtrado entre los residuos de una mina artesanal en las montañas de San Juan Arriba, en el sur de Honduras.
En la faena, a la que se entrega al pie de la montaña en que opera la mina, uno de los hijos de Jorge, de 11 años, le ayuda a hurgar por aquí y por allá en el sedimento, bajo el agua contaminada de mercurio.
Jorge Martínez ha logrado acumular tres gramos en dos días. “De aquí mantengo a mi familia, doy de comer a nueve hijos”, se congratula este hombre de 50 años, descalzo y piel curtida por el sol.
“Yo solo logré sacar medio gramo”, compara Epifanía, una tímida aldeana que espera vender el precioso metal por 210 lempiras. Cerca de un centenar de pobladores, como Jorge y Epifanía, rastrean a lo largo de la quebrada los residuos de oro que se filtran de la mina, ubicada en el municipio de El Corpus, en el departamento de Choluteca.
Allí trabajan unos 2,000 obreros, oriundos de una decena de comunidades cercanas, que a fuerza de palas, puntas de hierro y almádenas (mazos) extraen toneladas de piedra de las entrañas de los cerros, que luego trituran con un molino rudimentario, movido por el motor de un camión.
La roca demolida cae en el fondo de la pila, donde con agua y mercurio se separa el oro.
Estos hombres y mujeres son contratados por personas con recursos económicos, que alquilaron o compraron un pedazo de tierra con la esperanza de encontrar oro. Leonidas Zepeda adquirió 30 hectáreas por unos 19,000 dólares y las explota junto a sus hijos, mientras que los hermanos Edas y Juan Margarito Galindo compraron hace 22 años otras 30 hectáreas por 13,000 dólares. Los Galindo hoy alquilan pedazos de tierra a cualquiera que quiera aventurarse a encontrar el preciado metal. El alquiler de solamente cuatro metros cuesta 5,000 lempiras mientras dura la exploración. “He ayudado a toda la gente de la zona sur y eso me alegra”, dice a la AFP Edas, quien lamentó que las vetas, que son explotadas en forma artesanal desde hace diez años, se están terminando.
Cada obrero gana un puñado de lempiras por cada etapa del trabajo. Pero sus patrones, los que alquilan las tierras, venden cada gramo por 33 dólares en un mercado en Choluteca. Los restos que quedan de la separación de las pilas van a caer a la quebrada San Juan, donde se aprovechan los vecinos como Jorge y Epifanía.
“Estos yacimientos fueron explotados desde la conquista, el oro maravilló a los españoles porque lo hallaron en abundancia; hoy lo que queda son las sobras”, lamenta Mario, uno de los expertos que trabaja en la extracción del metal.