“El árbol de la noche triste” lo llama la historia. Y es que recostado sobre el gran Ahuehuete, Cortés lloró al ver sus tropas diezmadas y heridas, la noche en que tuvo que abandonar, vencido por las huestes aztecas, la gran Tenochtitlán. Tal vez Comayagua no tenga un centenario y legendario árbol como el de la Calzada Tacuba; pero sí tuvo su propia triste noche, este 15 de abril recién pasado.
Producto del infortunio y falta de medidas de seguridad, esa noche se quemaron cinco edificios coloniales del Centro Histórico de la otrora capital colonial de Honduras.
El Palacio Episcopal, El Colegio Tridentino, la Iglesia de El Carmen, la Capilla del Santísimo y el Museo de Arte Colonial Religioso, desaparecieron casi totalmente, no sólo como estructuras materiales, sino también (y peor aún), de nuestro pasado; de nuestra identidad como nación.
Y es que es preciso recordar que Santa María de Valladolid del Valle de Comayagua fue casi desde sus inicios, la principal ciudad de la colonial Provincia de Honduras.
La Iglesia Católica sentó sus bases en esta ciudad ubicada, a una distancia equidistante entre ambos mares, gracias a las órdenes de La Merced y San Francisco.
Por más de tres siglos, Comayagua fue el centro político, económico, social y religioso de la futura república. Con la Independencia (en esta ciudad sonó la campana para anunciar, por vez primera la noticia), se instaló allí mismo la primera casa de gobierno de Honduras y el primer presidente.
Todo esto es vital tenerlo presente, porque más de tres siglos de documentos históricos se mantenían almacenados en los archivos ubicados en el Palacio Episcopal. Siglos y siglos de nuestro pasado; el suyo y el mío. Junto a ellos, esculturas, pinturas, muebles, joyas, artículos ornamentales, vestimentas y sellos fueron presa de las llamas y nuestra indiferencia. Nunca sabremos, a ciencia cierta, cuánto perdimos los hondureños y el mundo en esta tragedia. Porque más allá de la desaparición física, el verdadero dolor radica en que nunca quisimos registrar y difundir los tesoros que nos identificaban como hondureños.
Como no existe una copia, un respaldo, una lista, un algo que registre los documentos coloniales y republicanos que allí se guardaban, nunca sabremos qué perdimos. Hasta ahora.
Paúl Martínez, un buen amigo y fotógrafo, trabajó pocos días antes del incendio, en las instalaciones del Palacio Episcopal y en sus exteriores, durante las procesiones de la Semana Mayor. Motivado por su espíritu documentalista y amor a Honduras, tomó algunas fotografías en esas fechas y, en los días posteriores a la conflagración.
“Lo que el fuego nos dejó” es la exposición fotográfica de Paúl, quien pretende mostrarnos una pequeñísima parte de lo que se perdió para siempre; imágenes que deben atesorarse para futuras enseñanzas, tanto de lo que tuvimos, como de lo que debemos ahora sí, proteger.
Auspiciado por una serie de instituciones locales y nacionales, el próximo 12 de junio se abrirá esta exposición en el Museo de Comayagua. Parte de un esfuerzo por reconstruir el Palacio Episcopal; inmueble construido por el Obispo Gerónimo de Corella y que inició su levantamiento en 1558 para terminarse en 1588. Antecedentes similares al Colegio Tridentino, que fue fundado en 1679 y en donde se impartían las cátedras de Gramática, Latín y Teología, como parte del colegio - seminario.
Tras la acongojada noche, Cortés reagrupó sus tropas, levantó la frente y emprendió la reconquista de la magnífica “ciudad de los lagos”, orgullo del imperio azteca.
Huelga decir que al igual que El Adelantado, éste es nuestro momento, particularmente tras ver “Lo que el fuego nos dejó”.