Cuando era niño, me gustaba mucho leer las historias de Charles Darwin sobre las diferentes especies de animales y plantas que había encontrado en su épico viaje de cinco años a bordo del Beagle.
Darwin se cuestionaba una y otra vez el por qué de estas o aquellas características en determinadas especies y si había tenido algo que ver el entorno físico en el proceso de evolución de las mismas.
Aquella curiosidad del naturalista inglés me parecía fascinante y por una especie de “ósmosis intelectual infantil”, no tardé en cuestionar a cuanto ser vivo aparecía frente a mis ojos, en los solares baldíos del viejo barrio Río de Piedras o en las pozas de Santa Ana, en las faldas del Merendón.
Esa curiosidad persiste aún con los años y cuando encuentro un espacio, un sitio que reúne miles de preguntas (y respuestas) sobre la naturaleza y sus habitantes, mi felicidad no tiene límites. Y eso me pasa, precisamente, en el Museo de la Naturaleza de San Pedro Sula.
Geología, astronomía, agronomía, biodiversidad y trece ciencias más de las llamadas ciencias naturales, están presentes en este extraordinario museo. ¿Quiere usted saber cómo caminaba el homo sapiens? ¿Se ha preguntado alguna vez que significa tiranosaurio rex? El planeta está lleno de millones y millones de seres vivos (y los humanos sólo somos una pequeñísima parte, que conste) con fascinantes preguntas que hacerles…¿Sabe usted qué come el manatí?
Tras un periodo de reacondicionamiento, el museo vuelve a abrir sus puertas a los visitantes en la primera quincena de febrero.
En el año 2008, cerca de 37,000 personas recorrieron sus numerosas salas y este año se espera que se alcancen nuevas y mejores metas. Producto de la Fundación Ecologista H.R. Pastor Fasquelle, el museo fue fundado desde 1990 y abre al público todos los días con excepción del domingo.Hay que tomar nota, también, que la mañana del sábado está dedicado a grupos universitarios.
Su costo de entrada es de Lps. 25.00 Una cantidad ínfima si se compara con la casi ilimitada cantidad de conocimientos y sorpresas que se llevará consigo. Más de 20 salas destinadas a diferentes temas esperan al visitante y todas enfocadas en una sola misión: concientizar sobre la conservación y protección de nuestro planeta.
Mientras caminaba en su interior para escribir esta nota, un grupo de alumnos de la escuela Palmeras Bilingual School de La Ceiba, llegaron acompañados de padres y maestros para recorrerlo. Entre las risas y jalones de pelo en el grupo (algo típico de la edad), descubrí un par de jóvenes miradas llenas de aquella misma curiosidad, devorando con interés los afiches científicos que alegran las paredes del museo. Y pensé, sin decirlo a nadie: “Darwin estaría contento”.