Los niños no salen a jugar, los vecinos poco se visitan y las mujeres pasan atrapadas en sus polvorientas casas. Se trata de la vida en los barrios tomados por los delincuentes, las colonias a donde nadie se atreve a entrar, a menos que ahí viva. Las zonas a donde todos los días se habla de muerte y supervivencia. Esa realidad golpea con dureza a varias colonias de San Pedro Sula, donde grupos de pandilleros siguen controlando cuadras o pasajes completos. Todos los que allí viven lo saben, lo ven pero lo callan porque temen por sus vidas.
Ingresar a colonias como La Unión, San José Cinco, la Planeta, algunas de Chamelecón como la Ebenezer y de la Rivera Hernández es un peligro para cualquier ciudadano que no sabe las reglas que se tienen que cumplir para andar de visita o para hacer algún mandado.
Por ejemplo, quienes visitan estas zonas en carro particular y de noche, deben andar despacio, con luces bajas y vidrios abajo para enviar el mensaje que no representan ninguna amenaza para los que “mandan en ese territorio”.
Las maras MS y 18 siguen sembrando el terror. No lo hacen paseándose con sus cuerpos descubiertos de la cintura para arriba mostrando grandes tatuajes; ahora la situación es peor. Con amenazas, miradas directas y llenas de violencia, ordenan a callar.
Toman lo que desean y no hay nadie que los contradiga; aunque algunos tienden a proteger a sus vecinos y alterar el orden fuera de su domicilio.
Informes de la Dirección de Investigación Criminal revelan que esas pandillas tienen sede en los diferentes sectores de la ciudad.
Ven, oyen y callan
“Si usted entra, de inmediato reconocen que no es de La Unión y la interrogan o hasta saber qué más no le hacen. Yo miraba pasar desde mi casa a los mareros cómo llevaban a patadas a personas desconocidas. La Policía entra de vez en cuando, pero no hace nada.
Cerca de mi casa había un cuarto adonde metían a las personas para torturarlas. Muchas mujeres, casadas y solteras, han salido embarazadas de varios mareros, porque disponen de ellas a la hora que quieren. Si se oponen las pueden matar”, relató una ex vecina de ese barrio.
Los inquilinos de La Unión viven vigilados y no sólo deben pagar alquiler a los propietarios de los cuartos o casas, deben dar un porcentaje también a las pandillas. Para dejar de vivir en esta colonia deben solicitar permiso a los líderes de los grupos, y explicarles el porqué no quieren seguir viviendo aquí y comprometer el silencio.
“Un pariente que alquilaba un apartamento tuvo que ir hasta el presidio sampedrano a reportarse con el líder de la mara para que lo dejara salir”, dijo un vecino.
Los mismos vecinos recomiendan a los foráneos no ingresar, a menos que tengan un familiar o alguien conocido que los pueda acompañar.
Ingresar a la colonia San José Cinco es casi imposible. Allí entran en confianza los residentes, pero el resto mejor se abstiene.
Hay vigilancia las 24 horas de grupos armados que han dejado de ser de las tradicionales pandillas que se dedican a asaltar. Dentro de esa colonia no se cometen ilícitos. Los vecinos pagan con silencio el no ser agredidos ni asaltados por cualquiera de ellos, y hasta se sienten protegidos.
“A nosotros no nos pasa nada. Ellos no permiten que nadie ingrese a hacer daño a la colonia”, dijo un vecino del sector.
Y así es. “Un día quedé de ir a traer a un cliente a eso de las cinco de la mañana. Al querer ingresar vi que había unos tres hombres armados con AK-47 y me di la vuelta inmediatamente. Tuve que esperar a la orilla a la persona. Me dijo que la próxima vez tuviera cuidado, que si lo ven a uno con las luces altas ellos se ponen alerta y disparan. Desde entonces quedé convencido para no volver aunque pierda el dinero de una carrera”, dijo un taxista.
Taxistas las evaden
La San José Cinco, colonias de la Rivera Hernández como la 6 de Mayo y Asentamientos Humanos, y de Chamelecón son las zonas que más evitan los taxistas.
“Cuando alguien me dice que lo lleve prefiero decirle que ya tengo un compromiso. Cualquier excusa es válida para no ir a esos sectores. Una vez fui a dejar a una señora a la San José Cinco y al llegar a la entrada de la colonia me dijo que la dejara allí en la orilla porque si entraba quizá no saldría”, contó otro taxista anónimo.
Obligados a servir
En Chamelecón la situación se torna peor para los transportistas, pues a veces son obligados por los pandilleros para ir a distribuir droga.
Si se oponen pueden morir, por lo que se convierten en siervos de los mareros sobre todo en horas de la noche. Las maras siguen haciendo escuela. Los niños ni bien egresan de primaria cuando están siendo reclutados por los pandilleros para que formen parte de sus grupos.
Un maestro que dio clases en una escuela de la zona informó que le sorprendió encontrarse a un ex alumno de apenas doce años portando una arma y con una forma diferente de expresarse.
Dijo que ser maestro en las colonias recónditas de Chamelecón es un gran peligro, pues ellos a veces tienen que lidiar con hijos de mareros y deben tratarlos como a una “flor” puesto que un llamado de atención puede ser motivo de amenazas.
Huyen
En todas estas zonas es normal encontrar viviendas deshabitadas y en completo abandono.
La delincuencia obliga a familias completas a huir y dejar las propiedades que con tanto esfuerzo adquirieron y que en la actualidad, ante la epidemia de la delincuencia, han perdido valor.
Una ex vecina de La Unión andaba desesperada vendiendo su casa en noventa mil lempiras. Puso un anuncio de alquiler, pero tampoco llaman interesados por el clima que azota en esa zona.
En la Rivera y Chamelecón también se encuentran viviendas abandonadas. Los que tienen el valor, la tolerancia y mayor necesidad, se atreven a vivir en esas viviendas, pagando renta al mes entre mil y dos mil lempiras, pero vendiendo su silencio al diablo.